Año del día: las bromas que nos confundieron durante el desastre

Periodista ANASTACIO ALEGRIA
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«Cientos de muertos en coches sumergidos en el aparcamiento del centro comercial Bonaire» (Aldaya, Valencia). Un año después, aún persiste en algunos sectores de la opinión pública la idea de que las autoridades ocultaron el verdadero número de víctimas de las jornadas que azotaron en 2024 a varias comunidades del este peninsular. Acosada por tales engaños, la desinformación que circuló después del desastre no fue mero ruido de fondo. Marcó el debate público, condicionó las expectativas sobre la ayuda que recibieron los afectados y minó la confianza en las instituciones. Está diseñado para confundir.

La desinformación es un fenómeno global y no sólo está relacionado con situaciones de emergencia comunicativa. Sin embargo, es precisamente en estos contextos donde la información falsa encuentra un caldo de cultivo ideal para la propagación de virus.

Las estafas de estacionamiento representaron el 20,3% de todo el tráfico relacionado con el número de víctimas y muertes. Los desmentidos llegaron por parte de las autoridades, la Seguridad del Estado y agencias de noticias, pero llegaron tarde y no tuvieron el volumen deseado.

Más bromas

Además de la supuesta manipulación de cifras, el 14,6% de toda la información falsa atacaba al Gobierno de España, a organismos independientes como Cáritas o Cruz Roja, o a entidades dependientes de la Administración como la Unidad Militar de Emergencias o la Agencia Nacional de Meteorología.

Se transmitió a los ciudadanos una sensación de caos que minó la credibilidad de la respuesta institucional, y en algunos momentos incluso la dificultó. Asimismo, naturalizó la circulación de consignas de extrema derecha (“sólo el pueblo salva al pueblo”). Como en el caso del mito del aparcamiento, muchos ciudadanos todavía creen que la magnitud de las inundaciones se debió al colapso de las “represas de la época franquista”.

Otras narrativas falsas apuntaron a teorías de conspiración que atribuyen el daño a un “ataque HAARP” (HAARP es un sistema de transmisión de radio que sondea la ionosfera, una capa de la atmósfera de la Tierra), el abuso o el desperdicio de ayuda altruista que llegó de todo el país, o una caída en el número de socorristas. Nuevamente todas ellas fueron desmentidas por organismos públicos y verificadoras, sin poder reparar el daño que las estafas ya habían hecho.

Redes y medios, medios y redes.

El contexto comunicativo actual, marcado por la tecnología, favorece un tipo de comunicación acelerada y superficial. La batalla por la atención que se libra entre los medios de comunicación y las nuevas autoridades informativas surgidas en torno a las redes sociales (influencers) agrava los problemas en momentos en los que más se necesita información de calidad. Favorecen las exageraciones, los datos descontextualizados y las prácticas sensacionalistas que se alejan del periodismo informativo serio.

Las redes sociales, abiertas y cerradas, fueron el principal canal de desinformación tras la jornada. Alrededor del 50% de las estafas aparecieron y circularon en X, Facebook, Instagram, TikTok, WhatsApp y Telegram. El 28% del total fue producido o amplificado en entornos periodísticos. El 22% restante no tenía un origen claro, pero se podía rastrear tanto en los medios como en las redes. Estas cifras indican el efecto cámara de eco descrito en la literatura científica y revelan la complejidad y dimensión del problema.

Y las liras también: Redes sociales: ¿cámaras de resonancia o espacios de debate?

¿Quién y con qué propósito?

En el origen de la desinformación sobre los días hay una mezcla de perfiles anónimos, que desaparecieron después de que el entorno comunicativo se contagiara de mentiras; personas influyentes sin formación periodística, que sólo buscaban su parte de atención, y personalidades de los medios sin escrúpulos, que sólo buscaban influencia pública.

Es difícil señalar un “quién” o ser suficientemente específico. Las empresas de gestión de redes sociales son vagas a la hora de explicar cómo funcionan sus algoritmos de gestión de contenidos. A su vez, los medios se muestran reacios a decir mea culpa cuando ello contribuye a la difusión de información falsa.

Las estafas son mensajes emocionales que reemplazan los hechos al explicar la realidad. Por ello, tienen una capacidad de influencia en la opinión pública que se define como diagonal. Es decir, llegan (casi por igual) a personas que están en el lado derecho e izquierdo del espectro ideológico, ya que sus capacidades de análisis racional han sido superadas. Si hacemos creer a la opinión pública que el sistema es corrupto, en realidad estará dispuesta a creer en mensajes autoritarios que glorifican valores antidemocráticos y que en ocasiones defienden abiertamente dictaduras.

¿Qué podemos hacer?

Las consecuencias de los bulos sobre las jornadas fueron reales: una población tomando decisiones vitales basadas en información falsa, obstáculos a la respuesta de la administración pública ante el desastre y un descrédito generalizado de las instituciones que aún existen. Está claro que es necesario regular el funcionamiento ético de plataformas y medios, invertir en la formación de una ciudadanía crítica y bien informada, y exigir responsabilidad a quienes contaminan la opinión pública con fines peligrosos.


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