Antes de los seis años aprendemos mejor sin mesa

REDACCION USA TODAY ESPAÑOL
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La maestra ordena silencio y pregunta a los niños (de tres y cuatro años):

¡Ssshhh! Silencio, siéntate y por favor mantén la calma.

Es una escena tan cotidiana que pocas veces nos paramos a pensar en ella. Las aulas escolares suelen organizarse en torno a mesas y sillas: para los niños de 3 a 6 años, esto supone una limitación de movimiento y, por tanto, de aprendizaje.

A medida que avanzan los cursos, la dimensión cognitiva gana importancia y el cuerpo desaparece de las aulas, como si el aprendizaje dependiera sólo de la mente. Presionados por las exigencias de la escuela primaria, llevamos a niños y niñas a actividades de sentarse y escribir, olvidando que el movimiento es su forma natural de explorar, expresarse y pensar.

Comprender el desarrollo del cerebro

Esta prisa por lograr un aprendizaje cada vez más abstracto ignora las condiciones reales del desarrollo infantil. Para pensar bien, primero hay que sentir, moverse y vivir. El desarrollo cognitivo florece sólo cuando el cuerpo y las emociones crecen en armonía con la mente.

Los niños y niñas aprenden con todo su ser: cuerpo, emoción y pensamiento forman un todo inseparable. Reconocer esta globalidad del niño implica repensar la educación: los espacios, las metodologías y la perspectiva de enseñanza deben permitir que el cuerpo vuelva a tener presencia, movimiento y significado en la escuela.

¿Por qué es tan importante el movimiento?

A través de la acción y la experimentación con su cuerpo, los niños toman conciencia de sí mismos y construyen su identidad. El cuerpo es su primera herramienta de conocimiento y su lenguaje principal: a través de él, niños y niñas exploran, se expresan, piensan y sienten. Por eso, en esta etapa vital, el juego se convierte en un gran aliado, ya que integra movimiento, emoción y pensamiento, y les permite aprender de una manera auténtica y significativa.

Lo que aprendemos en esta etapa, lo que realmente deja huella es lo que experimentamos desde el cuerpo. Por tanto, para facilitar el desarrollo y la transformación, es necesario situar al niño y a la niña en la dinámica del placer: el placer del movimiento, de la actuación, del juego. Esto conduce naturalmente a la satisfacción en el trabajo, el pensamiento y el conocimiento.

Movimiento y aprendizaje

Diversos estudios demuestran que el desarrollo motor está estrechamente relacionado con el desarrollo cognitivo y emocional y que, como señala el pediatra y psicoanalista británico Donald Winnicott, un niño madura a través del juego y la acción. Es la forma en que exploras, creas, te afirmas y construyes tu mundo interior.

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Antes de Winnicott, a finales del siglo XIX, el filósofo y psicólogo francés Henri Wallon buscó una conexión entre los procesos cognitivos y las habilidades motoras: el niño se relaciona con el entorno a través del movimiento. Sus acciones se convierten en pensamiento y así pasa de lo concreto a lo abstracto, de la acción a la representación, de lo corporal a lo cognitivo.

Posteriormente, el psicólogo suizo Jean Piaget defendió que el pensamiento nace de la acción y se desarrolla al compás de ella, en un diálogo constante entre ambos.

De ahí la importancia de hacer, experimentar: asimilar los contenidos que se enseñan en la escuela de forma aislada y puramente conceptual no es tan importante, mientras que la acción nos mueve a mover nuestro cuerpo, y ese movimiento posibilita una comprensión más profunda y permanente del aprendizaje cognitivo.

¿Se tiene esto en cuenta en la educación infantil? ¿Qué lugar ocupa hoy el cuerpo en las aulas? ¿Cómo trabajas, cómo vives y cómo te cuidas en las aulas?

Locales en el jardín de infantes.

Estas preguntas nos invitan a repensar la escuela, reconociendo que cuerpo, emoción y mente forman un todo inseparable.

Un profesor convencido de que un niño o una niña debe aprender en silencio, con calma y formalidad, enseñará a sus alumnos a frenar sus movimientos, intentando que sus cuerpos sean discretos, controlados, casi invisibles.

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Sin embargo, esto significa negar una parte de quién es el niño y dejar su desarrollo incompleto. A medida que comenzamos a comprender esta globalidad, nuestras formas de enseñar y monitorear también se transforman. Sin embargo, necesitamos que el aula también se transforme.

Un aula infantil que permite el movimiento

Los espacios escolares no son neutrales: comunican, condicionan y educan. La forma en que se organizan las aulas refleja nuestra concepción de la infancia y la educación. Si ordenamos las mesas en filas o centramos la actividad en tareas sentadas, transmitimos un modelo de aprendizaje donde el pensamiento se separa de la acción y donde el cuerpo apenas tiene cabida.

Cuando un espacio invita al movimiento, la exploración y el encuentro, las oportunidades de aprendizaje y conexión se expanden.

Considerando que el juego en esta etapa es fundamental para el desarrollo y aprendizaje global, se deben diseñar espacios escolares que favorezcan esto ofreciendo diferentes alturas, recorridos y posibilidades corporales que estimulen la exploración y la expresión.

El docente podrá así diseñar experiencias que inviten a trabajar, sentir, explorar y pensar desde el cuerpo, de modo que el aprendizaje se construya a través de la acción y la experiencia.

El cuerpo del maestro.

Para los docentes de estas etapas, el cuerpo es también una herramienta de trabajo. El cuerpo del docente es un recurso fundamental en la educación infantil. Puede ser un refugio y apoyo para aquellos niños y niñas que necesitan un ala.

Cuando una maestra sostiene a un niño en brazos para calmarlo, su cuerpo también comunica: si está tenso o relajado, transmite seguridad o preocupación. Lo mismo ocurre con la apariencia, el tono de voz o la forma de acercarnos o esperar.

Un lugar para sentir y vivir.

La escuela debe ser un lugar para pensar, pero también para sentir, moverse y vivir. Ya no debería ser un espacio donde se entrena la mente y se silencia el cuerpo, especialmente en las primeras etapas del desarrollo.

Una visión global del estudiante, como mente y cuerpo, permite a los profesionales de la primera infancia reconocer y respetar la diversidad, singularidad y naturaleza cualitativa de las acciones motrices de cada niño, entendiendo que expresan su forma única de ser, sentir y aprender.


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