Desde finales de la década de 1960, España ha visto florecer numerosas comunas contraculturales fuera de las grandes ciudades o de la meca hippie de Ibiza. La película Aro Berria, primer largometraje de Irati Gorostidi -que recibió una mención especial en el festival de San Sebastián- muestra la expresión de este movimiento en el valle de Ulzama (Pirineo navarro) durante la transición.
A pesar de su diversidad (rural, urbana, anarquista o mística), todas estas comunidades tenían un objetivo común: construir una alternativa a la familia y prever la creación de un mundo utópico.
Irati Gorostidi no eligió ninguna comunidad. Arco Iris, por el que pasaron sus padres, fue uno de los más polémicos. Sus métodos, despedidos por sectores de la prensa alternativa y rechazados por sus antiguos miembros, no han dejado indiferente a nadie. Tras un extenso trabajo documental, el director regresa a esos experimentos de un presente desprovisto de utopías.
La película describe la desilusión política de los jóvenes trabajadores en los años 70, antes de abandonar la ciudad. Foto de Aro Berría. Elastica Films / Apellaniz y de Sosa Cuando la lucha obrera no fue suficiente
La película presenta la vida cotidiana como el campo de batalla fundamental de la transición. La primera parte muestra la derrota política de algunos trabajadores jóvenes, desilusionados con la izquierda tradicional y los sindicatos de clase, incapaces de llevarse bien con la mayoría de los veteranos de las fábricas. Influenciadas por el feminismo, el psicoanálisis y la contracultura, no les bastó con romper el patrón: querían matar a su padre.
Estos jóvenes consideraban la familia nuclear como la piedra angular del sistema social. Inculcó comportamientos egoístas y competitivos en los individuos desde su nacimiento, perpetuando la desigualdad y llevando a la humanidad al colapso. Por tanto, no bastaba con tomar el poder, vieron que era necesario cambiar las relaciones interpersonales.
Laboratorios utópicos
Las comunas aparecieron como una solución natural al problema familiar. La segunda parte del largometraje ilustra esta transición. En Arco Iris, los colores grises de la fábrica son reemplazados por los colores de una comunidad habitada por jóvenes sonrientes que visten ropas coloridas y comparten habitación.

La comunidad de Arco Iris (Navarra) sirvió de inspiración para la recreación de la comuna contracultural de transición. Elástica Films / Apelaniz y de Sosa
Los mantras, meditaciones y expiaciones públicas del grupo aparecen a lo largo de gran parte de la película. Gorostidi reunió a actores y actrices no profesionales y los sometió a algunas de estas terapias. ¿Por qué practicaban rituales tan extraños? ¿Por qué el director presta tanta atención a estas escenas?
La Comuna no se presenta como un grupo corriente de jóvenes hedonistas en busca de sexo y drogas, sino como un ambicioso proyecto de revolución vital -Aro Berria significa “nueva era” en euskera- a la par de los falansterios, las colonias anarquistas o los sanatorios naturistas de Fourier. Al igual que éstas, las comunas se basaban en la creencia rousseauniana de que al cambiar las reglas de socialización aparecería un “buen salvaje”, de cuya supresión y alienación era responsable el sistema social.
Las comunas eligieron diferentes métodos para prever una nueva vida. Algunos crearon arte y otros experimentaron con psicodélicos o comenzaron a regresar al campo. Arco Iris, en cambio, apostó por las terapias más extremas de la época, combinando el esoterismo -al estilo del Rajneeshpuram de Osho, popularizado por la serie Wild Wild Country- con una interpretación radical del psicoanálisis que recuerda a la actitud irreverente de la Kommune seft 1 de Berlín, o, en su puente de Otto Dririan, Friedrichshof.

La influencia del misticismo y el esoterismo fue crucial en la búsqueda de una nueva espiritualidad alejada de la moral franquista. Elástica Films / Apelaniz y de Sosa.
Por tanto, las largas sesiones que aparecen en la película no son decorativas. Nos permiten comprender el agotador camino que algunos han emprendido para vivir en armonía.
¿Comuna, utopía o distopía?
Irati Gorostidi no cae en la idealización. Históricamente, estas comunidades han producido resultados inesperados y no han logrado erradicar el comportamiento que buscaban deconstruir. Un nuevo hombre y una nueva mujer no aparecieron mágicamente cuando la familia fue reemplazada por una comuna. Las desigualdades de género persistieron, algunas personas vieron amenazada su autonomía individual y surgió un hiperliderazgo. Sorprende que Gorostidi prefiriera no abordar este tema, ya que Arco Iris representaba la carismática figura de Emilio Fiel, también conocido como “Mijo”.
A pesar de sus problemas, sería un error calificar estos experimentos como un completo fracaso. Aunque no completaron su utopía, la realidad social no fue reinterpretada en los mismos términos. Donde esta ruptura se hizo más evidente fue en la concepción de familia y sexualidad. En línea con el feminismo y los movimientos LGTB+, las comunas erosionaron la rígida autoridad patriarcal, promovieron la autonomía de los niños y allanaron la base cultural para la normalización de los derechos al divorcio o al aborto. Además, sin esa ruptura, conceptos como “neorrural”, “covivienda” o “poliamor” carecerían de su significado actual. Cambiaron el mundo, aunque no siempre en la dirección esperada.

El edificio principal de la comuna de Arco Iris, decorado con motivos florales y esotéricos, refleja un intento de crear un espacio alejado de las normas convencionales. Elástica Films / Apelaniz y de Sosa
El estreno de la película abre, por tanto, el necesario debate. Medio siglo después, todavía vivimos paradojas similares. Seguimos buscando la misma autenticidad y conexión con los demás y la naturaleza, pero lo hacemos a través de un prisma individualista y mercantilizado: retiros de yoga de fin de semana, colivings de diseñador y filtros de Instagram. También sufrimos una gran crisis existencial –que ilustra la prevalencia de distopías y presagios catastróficos–, pero carecemos de la capacidad de imaginar utopías igualitarias, justas y resilientes.
En definitiva, Aro Beria, al mirar hacia el pasado, nos permite evaluar con empatía y cierta distancia crítica los intentos recientes más radicales de convertir la utopía en realidad. Que active (o no) la imaginación de otros mundos posibles es responsabilidad del público.
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