Barcelona, ​​una ciudad muy conectada con el mar

REDACCION USA TODAY ESPAÑOL
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¿Qué fue primero, Barcelona o el Mediterráneo? La relación entre la ciudad catalana y el mar es tan antigua como el lejano descubrimiento de la navegación. Es muy probable que cuando varios cientos de laietanos (íberos) se asentaron en las laderas de Montjuïc en el siglo VI a.C. y. C., no pensaron que la ciudad acabaría creando la ciudad actual.

En cualquier caso, si por algo es famosa Barcelona es por sus orígenes romanos. Se cree que la Colonia Julia Augusta Faventia Paterna Barcino fue fundada entre el 15 y el 10 a.C. y. do. Los romanos se centraron en su alto nivel estratégico, porque les resultó de gran utilidad su ubicación en la costa occidental del mar Mediterráneo. Crearon un puerto que sirvió de punto de conexión con el resto de enclaves mediterráneos, ya que Mare Nostrum era uno de los ejes vertebradores del Imperio.

Por supuesto, en aquella época llegaban a Barčino aceite, vino y cereales, además de gente con sus propias creencias religiosas. De hecho, fue una de las primeras ciudades de la Hispania Citerior en recibir el cristianismo.

Mármol romano con texto en latín (“COL IVL AVG FAV PAT BARCIN”, abreviatura de Jaicross/Flickr, CC BI

En el siglo II contaba con unos 3.500 habitantes, que debían protegerse de las invasiones germánicas. La ruralización creó una ciudad nueva, más pequeña y más frágil, que, tras la ocupación musulmana en 718, estuvo bajo tutela islámica durante ocho décadas. Pero el apoyo de los francos por parte de Carlomagno ayudó a recuperarlo. Nació la Marca Hispana.

Barcelona se abre al Mediterráneo: la baja Edad Media

Bajo el reinado de Jaime I de Aragón, la corona de Aragón impulsó decididamente una política marítima y decidió conquistar las Islas Baleares en 1229. En ello pesó mucho la motivación religiosa, ya que el monarca se sentía llamado a difundir la fe católica. En aquel momento Barcelona ya contaba con unos 45.000 habitantes.

Hay que imaginar entonces un barrio marítimo con una actividad desbordante y, sobre todo, con una nueva clase social: mercaderes y comerciantes que organizaban gremios que velaban por sus intereses. El establecimiento del Consulado de Mar (Consolat de Mar) en 1262 –institución jurídica esencial para regular el comercio marítimo de la Corona de Aragón– es un ejemplo perfecto de este crecimiento. Este período también creó una nueva arquitectura y en el siglo XIV se creó la Llotja de Mar para facilitar las operaciones comerciales.

Vista de las fachadas principal y laterales del edificio Lotja. La gente camina por el paseo de Isabel II. A la izquierda, los pórticos de Xifra.

Lonja de Barcelona (Llotja del Mar) en el siglo XIX, de Antonio Rocca Salento. Archivo Histórico de la Ciudad de Barcelona/Wikimedia Commons

Sin embargo, si el mar trajo prosperidad, también trajo desolación, crisis y muerte: la peste negra en 1348. Superada la epidemia, el desarrollo económico y económico se trasladó a Valencia, que vivió su momento de mayor prosperidad en el siglo XV.

Edad Moderna: ¿Decadente?

Tres acontecimientos marcaron aquel siglo XV y sus consecuencias se dejaron sentir durante varios siglos. En primer lugar, la unión dinástica entre Fernando de Aragón e Isabel la Católica supuso el traspaso del poder a Castilla: nacía la monarquía española. El establecimiento de la capital en Madrid hizo que Barcelona pareciera más alejada de la corte de los Habsburgo.

Sin embargo, por la ciudad pasaron ilustres personajes como San Ignacio de Loyola y Miguel de Cervantes, que glorificaron a Barcelona, ​​definiéndola en El Quijote como “el archivo de las bondades, el refugio de los extraños, el hospital de los pobres, la patria de los valientes, la venganza de los ofendidos, y la grata correspondencia y la belleza de la compañía en la amistad y la belleza de un lugar único”.

En segundo lugar, la conquista de Constantinopla por los turcos en 1453 provocó que el Mediterráneo dejara de ser una zona segura para la navegación. La noticia también causó un gran impacto en el cristianismo.

Y el tercer cambio que se produjo fue el descubrimiento de América en 1492. A partir de ese momento, el comercio internacional se desplazó hacia el Atlántico.

Este panorama puede llevarnos a pensar en la decadencia general de la ciudad. Pero si bien esto es cierto y generalmente indiscutible, los asuntos marítimos no han desaparecido por completo.

Dibujo de Barcelona realizado en 1563 por el artista flamenco Antoni van den Wingerde.

Dibujo de Barcelona realizado en 1563 por el artista flamenco Antoni van den Wingerde. Wikimedia Commons

Los siglos XVII y XVIII tampoco fueron animados para Barcelona. La Guerra de los Segadores (1640-1652) y la Guerra de Sucesión (1701-1715) lo debilitaron, mientras que el establecimiento de la dinastía borbónica implicó un proceso de centralización del reino, aunque la ciudad siguió siendo un centro de comercio marítimo. La Real Junta Privada de Comercio de Barcelona (1758), bajo el reinado de Fernando VI, contribuyó al fortalecimiento del comercio interior y exterior, a lo que se unió la decisión de Carlos III de reactivar la actividad marítima y el decreto de libre comercio.

En esta Barcelona ilustrada destacó la figura del historiador Antonio de Capmani, que escribió la primera crónica marítima de la ciudad. Es el momento en el que se consolidan las llamadas fábricas indias, que tanto progreso y riqueza traerán a Barcelona. El puerto se convirtió entonces en un elemento clave para impulsar la industrialización del país.

Una ciudad que se reinventa

Tras un freno a la actividad local provocado por la Guerra de la Independencia (1808-1814), a partir de 1850, la llegada de los ferrocarriles, la industria y el proteccionismo inauguraron un período de brutales desigualdades entre clases sociales. El propio Friedrich Engels declaró que Barcelona es “el centro manufacturero más importante de España, que tiene más batallas de barricadas que cualquier otra ciudad del mundo”.

Fotografía de la fábrica 'Juan Batlo' de Barcelona en 1890.

Foto de la fábrica ‘Juan Batyo’ en Barcelona

La ciudad creció a un ritmo vertiginoso y los barceloneses exigieron el derribo de las murallas, proceso que se inició en 1854. Tras ello, comenzaron los preparativos de la Exposición Universal de 1888. Barcelona se presentó al mundo como una capital moderna, abierta al Mediterráneo y al resto de Europa; Barcelona se convirtió en una ciudad seductora que lideraba la actividad económica y comercial en España. Esto provocó la llegada masiva de población procedente del sur del país, creando una ciudad heterogénea y diversa.

Por otro lado, muchos ciudadanos emigraron a Cuba para desarrollar allí sus actividades económicas. A estas alturas no podemos ignorar la gravedad de la trata de esclavos, en la que participaron (y se enriquecieron) algunos barceloneses. También es el momento del modernismo, que tanta huella dejó en la arquitectura de la ciudad.

Un siglo XX complejo y esperanzador

A principios del siglo XX barrios como el de la Barceloneta reflejaban la dimensión marítima de la ciudad. Hubo interés por la natación y en 1912 se inauguró la piscina de la Mar Bella, que estuvo activa hasta los años 40.

Por un lado, el espacio marítimo reflejaba un estilo de vida marítimo y obrero a menudo marcado por la pobreza y la escasez de trabajadores. Y al mismo tiempo, Barcelona seguía siendo una ciudad de contrastes, y las clases más adineradas centraban su interés en el remo.

Bañistas jugando entre las olas a principios del siglo XIX.

Bañistas jugando entre las olas en los baños de San Sebastián (1914), fotografía realizada por Carles Fargas y Bonnell en la playa de Barcelona. Charles Frots Forjas y Bonnel / Memoria Digital de Cataluña

La ciudad volvió a ganar importancia con la Exposición Internacional de 1929, cuando la población superó el millón. Este desarrollo se vio repentinamente interrumpido por el estallido de la guerra civil. Barcelona vivió dramáticos bombardeos, falta de suministros y rutas de exilio (que también se realizaron por mar). Asimismo, la posguerra fue desastrosa para un lugar que apoyó la República y se identificaba por su identidad catalana. Es la Barcelona sucia narrada por Carmen Laforet en Nada.

Con los años del franquismo (a partir de 1959), la ciudad se abrió al turismo y a la nueva globalización. En última instancia, esto condujo a un desarrollo económico sostenido en el tiempo. Una nueva ola migratoria procedente de las zonas más deprimidas de España hizo crecer la ciudad y su área metropolitana. Pero las aberraciones urbanas, especialmente en la periferia, reflejaban las inconsistencias de un régimen políticamente inmóvil pero económicamente liberal. Después de la muerte de Franco en 1975, Barcelona abrazó con entusiasmo los inicios de las reformas democráticas.

Su última gran transformación (decididamente marítima) tuvo lugar después de los Juegos Olímpicos de 1992. Se impulsó la apertura al mar, la profunda modificación del litoral y la dignificación del espacio marítimo prácticamente olvidado. Desde entonces, el puerto se ha consolidado como un centro logístico y de cruceros.

Esto también abrió el necesario debate sobre el control del turismo de masas, que puede generar, entre otras cosas, procesos de gentrificación en las zonas urbanas. Y todo ello sin olvidar la llegada masiva de migrantes procedentes de los cinco continentes.

Actualmente, Barcelona se retrata como una capital mediterránea de primer nivel, una ciudad con una larga y dilatada historia y una perenne relación con el mar.


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