Desde su aparición en el siglo XIX, la fotografía se ha convertido en una poderosa herramienta para documentar el mundo. Pero además de su función técnica, también era un instrumento de poder. En el apogeo del colonialismo europeo, las imágenes capturadas por fotógrafos (profesionales y aficionados) ayudaron a construir una visión del “otro” que reforzó los estereotipos, las jerarquías raciales y las narrativas de dominación.
Durante la expansión colonial, cámaras en manos de fotógrafos profesionales, soldados, misioneros, funcionarios y colonos capturaron escenas de los territorios y poblaciones en cuestión. Estas imágenes no sólo ilustraban historias de viajes o informes oficiales, sino que también estimulaban la curiosidad y el control simbólico de la metrópoli. La fotografía parecía ofrecer una “verdad objetiva”, pero en realidad reflejaba los prejuicios y aspiraciones del mundo occidental.
“Otros” en el espacio y el tiempo
En el siglo XIX, Occidente construyó dos figuras del “otro”: el salvaje espacial, asociado con tierras lejanas, y el hombre prehistórico, asociado con el pasado lejano. Estas representaciones fueron distribuidas en revistas ilustradas, novelas, exposiciones universales y museos, consolidando una visión racista que justificaba la exclusión social de los pueblos no occidentales.
Niños puertorriqueños vestidos de domingo, Strohmeier & Wiemann. 1900. Archivo General de Puerto Rico ADK.87-04-92
En América Latina, esta visión colonial continuó incluso después de la independencia. En países como México, Argentina, Chile, Perú o Brasil la fotografía se ha utilizado para representar a indígenas y afrodescendientes dentro de proyectos de construcción nacional. La antropología, que iba creciendo como disciplina científica, se apoyaba en la imagen para clasificar y estudiar las “diferencias culturales”. Así, muchos países latinoamericanos se convirtieron en laboratorios visuales en los que intentaron definir tipos raciales y culturales, a menudo desde una perspectiva eurocéntrica.
Incluso los fotógrafos locales adoptaron esta visión colonial de sus comunidades indígenas, como ocurrió en Estados Unidos, Australia, Argentina o Chile. La colonialidad no sólo se expresaba en quién tomaba la fotografía, sino también en cómo era visto y representado el otro.
Francia: ciencia, fotografía y jerarquías raciales

Paul Broca de Pierre Small. Biblioteca Nacional de la Francia gala
En Francia, a partir de mediados del siglo XIX, se consolidaron dos grandes escuelas antropológicas, que utilizaban la fotografía como herramienta científica. El primero, dirigido por Paul Broca, fundó la Sociedad Antropológica de París en 1859 y promovió una visión biológica de la humanidad. La antropometría (la medida del cuerpo humano) y la craneometría (la medida del cráneo) fueron fundamentales para el establecimiento de jerarquías raciales. La fotografía ayudó a documentar estos estudios, mostrando rostros de frente y de perfil, como si se tratara de expedientes científicos.
La segunda escuela, dirigida por Jean-Louis Armand de Quatrefage, también estaba interesada en los artefactos culturales y las costumbres de las civilizaciones “primitivas”. En 1878 se fundó el Museo Etnográfico del Trocadero, antecesor del actual Museo del Hombre, dedicado exclusivamente a la diversidad cultural.
Ambas corrientes compartían la idea de que las razas humanas podían organizarse en una jerarquía natural. A veces voces muy radicales se expresaron en términos de desigualdad racial, en línea con la escuela poligenista norteamericana de antropología liderada por Samuel Morton, George Glidden y Josiah Nott.

Colonos guineanos con esposas y novia. Archivo de la Administración General, Alcalá de Henares, 33-00797-00030-034-r
En otras ocasiones, diversas voces han defendido la posible igualdad de las diferentes razas, o al menos su capacidad de progresar, ya que las influencias ambientales, no la herencia, son las responsables de las diferencias raciales. Lo mismo ocurrió con la gente de la Sociedad de Etnografía Oriental y Americana. En este contexto, la fotografía antropológica se convirtió en una disciplina subsidiaria para “probar” la existencia de tipos raciales distintos y estables.
Roland Bonaparte y los “zoológicos humanos”
Una de las figuras más activas de la fotografía antropológica fue el príncipe Roland Bonaparte, sobrino nieto de Napoleón. Bonaparte acumuló una vasta colección de fotografías, muchas de las cuales fueron tomadas por él mismo o por fotógrafos contratados. Por ejemplo, en 1882 Pierre Petit fotografió a Kalina en el jardín de aclimatación de París, y al año siguiente añadió retratos de nativos de la Araucanía chilena, Ceilán y Siberia.
El jardín de aclimatación se convirtió en un escenario para exposiciones humanas, siguiendo el ejemplo del empresario alemán Carl Hagenbeck, que en 1874 mostró un grupo de lapones en Hamburgo. En París estuvieron representados, entre otros, africanos, inuits, fuezanos (kaveskar), cingaleses, mapuches, calmucos siberianos e indios. Estas exposiciones mezclaban espectáculo y ciencia, y Bonaparte y sus colaboradores las documentaron con rigor fotográfico.
Las imágenes fueron publicadas en revistas como La Nature o L’Illustration y muestran a los indígenas en poses estandarizadas, con adornos y armas, realzando su exotismo. En 1885, Bonaparte fotografió a un grupo de aborígenes australianos que formaban parte de un “zoológico humano” organizado por RA Cunningham. De los nueve que iniciaron la gira, sólo cuatro llegaron vivos a París, donde fueron alojados en el Jardín de la Aclimatación y actuaron en el Folies-Bergères.

Roland Bonaparte, australianos en Folly Berger. 1885. Archivo de la Soc. antropología de París, depositada en el Museo Nacional de Historia Natural 155_08_0096
Estas prácticas, aunque inaceptables para nosotros hoy, formaban parte de una lógica colonial que utilizaba la imagen para clasificar, mostrar y controlar. La fotografía no sólo capturó rostros: construyó discursos, jerarquías y fronteras entre “nosotros” y “ellos”.
La fotografía fue mucho más que una técnica de registro: fue una herramienta de poder que ayudó a consolidar el imaginario colonial. Desde estudios antropológicos en París hasta retratos de pueblos indígenas en América Latina, las imágenes han contribuido a definir al “otro” como objeto de estudio, espectáculo o subordinación. Hoy, revisar este patrimonio visual permite comprender cómo se construyen las desigualdades.

Este artículo fue creado como resultado de la colaboración con la Fundación Ignacio Larramendi, institución que desarrolla proyectos relacionados con el pensamiento, la ciencia y la cultura en América Latina con el objetivo de hacerlos accesibles al público en general.
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