Cada respiración es una mezcla compleja de vida y química. En cada metro cúbico de aire, especialmente en las ciudades, hay millones de partículas diminutas conocidas como material particulado (PM).
El tamaño de estas partículas es fundamental, porque no todas afectan por igual a la salud humana. Los que miden 2,5 μm (PM₂.₅) -o 0,0025 mm- y los de 10 μm (PM₁₀) son los que más se asocian con enfermedades cardiovasculares, cáncer de pulmón o asma. Pero una nueva línea de investigación sugiere un riesgo adicional y silencioso: su papel como impulsor de la resistencia a los antimicrobianos.
La resistencia a los antibióticos, una amenaza global reconocida por la OMS, causó más de 1,2 millones de muertes en 2019. Las proyecciones sugieren que podría convertirse en la principal causa de mortalidad global para 2050. Tradicionalmente se ha estudiado en hospitales, aguas residuales o alimentos, pero la atmósfera comienza a considerarse un “nuevo” escenario donde los microorganismos y sus partes pueden sobrevivir a los genes de resistencia y sus partes pueden sobrevivir más tiempo debido a la resistencia.
Filtro de bioaerosol SASS3100 (Research International) utilizado para capturar el componente microbiológico presente en el aire durante el proyecto ARISE. Resistencia genética “autobús”
Estudios recientes muestran que las finas partículas PM₂.₅ pueden transportar bacterias vivas, fragmentos de ADN y genes de resistencia a través del aire de la ciudad. Un estudio global publicado en The Lancet Planetary Health mostró una correlación directa entre los niveles de contaminación PM₂.₅ y la prevalencia de infecciones resistentes en más de 100 países.
Pero la historia no termina ahí. Investigadores del Instituto de Medicina Ambiental y Operativa de Tianjin demostraron en el laboratorio que las partículas no sólo transportan bacterias: también favorecen la transferencia horizontal de genes, es decir, el intercambio de ADN resistente entre microorganismos.
Esto sucede porque las partículas ricas en carbono orgánico, metales pesados y contaminantes crean estrés oxidativo, condición que estimula las defensas bacterianas y los mecanismos de mutación. En otras palabras, la contaminación del aire podría acelerar la evolución de los microbios.
Hospitales, escuelas y hogares, más vulnerables
Este hallazgo es especialmente preocupante en entornos cerrados donde la ventilación es limitada, como hospitales, escuelas o residencias. En estas zonas pueden acumularse partículas finas, microorganismos resistentes procedentes de pacientes, polvo, productos de limpieza o tráfico externo.
Un estudio publicado en Microbiome analizó el aire en un hospital de Guangzhou, China, y encontró genes de resistencia de origen clínico flotando en las PM₂.₅, algunos de los cuales están relacionados con infecciones graves.
Los autores advirtieron que las “enfermedades transmitidas por el aire” adquiridas en hospitales (genes de resistencia a los antibióticos que viajan por el aire, principalmente a través de aerosoles y partículas en la atmósfera) podrían representar un riesgo ocupacional para el personal de atención médica y un vector subestimado para la comunidad.
Paralelamente, una revisión reciente sugiere que tanto PM₂.₅ como PM₁₀ actúan como reservorios de bacterias resistentes en entornos urbanos e industriales. Por ello, enfatiza la necesidad de incluir la calidad del aire en las estrategias de control de resistencia.
Tráfico y compuestos orgánicos volátiles
Dentro de ese mismo aire contaminado también encontramos compuestos orgánicos volátiles (COV), que se emiten en el tráfico, los productos de limpieza o los plásticos. Estos compuestos, además de irritar las vías respiratorias, pueden interactuar con los microorganismos del aire y cambiar su comportamiento.
Investigaciones recientes sugieren que los COV también influyen en la estructura de las comunidades microbianas en los aerosoles. Aunque aún se está estudiando su papel exacto, parece claro que la combinación de partículas, química orgánica y microbiota del aire crea un escenario propicio para la persistencia y transferencia de genes resistentes a los antibióticos.
La calidad del aire, protagonista
Reconocer el papel del aire representa un cambio de paradigma. Si los genes de resistencia a los antibióticos pueden viajar con el polvo, la lucha contra este problema ya no se limita únicamente a los hospitales o a la administración de antibióticos.
Es necesario revisar y actualizar la calidad del aire interior, la planificación urbana y la política energética. Asimismo, reducir la contaminación no sólo salvaría vidas de enfermedades respiratorias: también podría detener la propagación global de bacterias resistentes.
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