En todo el mundo, los gobiernos están endureciendo los controles sobre la libertad de expresión, ampliando la vigilancia y haciendo retroceder derechos que antes se consideraban seguros.
Desde leyes antiprotestas y restricciones a los derechos de los trabajadores hasta la creciente criminalización de las filtraciones y la disidencia, la tendencia es aterradora: las personas que denuncian las malas acciones del gobierno son cada vez más vulnerables, y los sistemas legales que antes pretendían protegerlos ahora se utilizan para castigarlos.
Somos investigadores que estudiamos la denuncia de irregularidades, lo que significa que los empleados divulgan información de interés público sobre las irregularidades que presencian en el trabajo. Nuestro nuevo libro se basa en historias de primera mano de denunciantes de seguridad nacional, inteligencia y gobierno en los EE. UU., Australia y el Reino Unido, entre otros países. Sus experiencias muestran los límites de la protección jurídica, pero también el poder de las redes, la solidaridad y la resistencia colectiva frente al secreto institucional.
En este momento de decadencia democrática, los denunciantes muestran que la desobediencia civil (violar la ley para preservar el bien público) sigue siendo un principio esencial de la vida política y moral. También muestran cómo la reforma legal y las redes de apoyo diseñadas para proteger a los denunciantes son fundamentales para proteger la rendición de cuentas y la democracia misma.
Límites de la protección legal
Los denunciantes que aparecen en el libro, incluidos el ex oficial de la CIA John Kiriakou y Craig Murray, ex embajador británico en Uzbekistán, aprendieron por las malas que la protección legal puede terminar donde comienza el poder. Ambos revelaron graves abusos contra los derechos humanos (tortura, secuestro, encarcelamiento y complicidad en crímenes de guerra) y ambos fueron procesados, no protegidos.
Sus historias resaltan una paradoja: a pesar de que en muchos países han ido creciendo nuevas leyes de protección de denunciantes, los procesamientos de denunciantes de seguridad nacional e inteligencia van en aumento. En el contexto de la seguridad nacional, donde no se permite ninguna defensa del interés público, las leyes destinadas a proteger a los denunciantes se han convertido en otra arma de “la ley”, utilizada para silenciar, arruinar y criminalizar.
Por ejemplo, en 2007, Kiriak denunció el programa de tortura estadounidense. Inicialmente, la administración Bush se negó a procesarlo, pero eso cambió bajo la administración Obama, que encarceló a Kiriakou durante 30 meses en 2013. La negativa de Kiriakou a participar en el programa de “interrogatorio mejorado” de sospechosos de terrorismo de la CIA, que incluía el submarino, y su posterior decisión de confirmar públicamente que la CIA había utilizado la tortura fueron actos de conciencia. Sin embargo, él, y no los torturadores, fue a prisión como resultado de su descubrimiento.
El patrón me resulta familiar. Desde Chelsea Manning en 2010 hasta Edward Snowden en 2013 y Daniel Hale en 2016, los procesamientos en virtud de la Ley de Espionaje de Estados Unidos y estatutos equivalentes en otros lugares señalan un cambio más amplio: hacer que los poderosos sean transparentes se está redefiniendo como traición. El procesamiento de denunciantes de seguridad nacional que exponen crímenes estatales sigue siendo un problema constante, como lo destacan casos recientes como Reality Winner y David McBride.
Cuando se utiliza la ley para imponer el secreto y castigar la disidencia, el terreno moral cambia. La desobediencia civil se vuelve no sólo justificada sino también necesaria. Abogados de derechos humanos han comentado que los denunciantes y periodistas que trabajan con ellos han sido sometidos a un trato cada vez más duro por parte del Estado, incluido el encarcelamiento y, en ocasiones, la tortura.
De los medios tradicionales al denunciante en red
Históricamente, los denunciantes han dependido de la prensa para que actúe como intermediaria entre ellos y el público, así como protectora de la publicidad que ofrecen. Pero a medida que el periodismo de investigación se ha ido vaciando (sin recursos suficientes y limitado por la presión política y empresarial), este modelo ha fracasado.
Como escribió el periodista Andrew Fowler, uno de los colaboradores de nuestro libro: “Puede que no pase mucho tiempo antes de que sea imposible para los periodistas tener fuentes confidenciales”. En todo el mundo, los ataques de los gobiernos a los periodistas que critican a líderes poderosos son cada vez más descarados.
En 2010, Manning denunció los crímenes de guerra estadounidenses en Irak y Afganistán. Manning fue rechazado por muchos medios de comunicación importantes antes de que WikiLeaks proporcionara la infraestructura para publicar lo que los principales medios de comunicación no publicarían. Sus revelaciones aumentaron la conciencia pública sobre la complicidad del gobierno en crímenes de guerra en Irak y otros lugares. Estas historias también revelan cuán reacio puede ser el periodismo convencional cuando se enfrenta al poder.
Más recientemente, en 2016, McBride denunció a miembros del SAS australiano que estaban matando a civiles en Afganistán. Fue condenado a prisión en 2024 y actualmente cumple una condena de cinco años y ocho meses por descubrir crímenes de guerra.
Esta disminución de las protecciones formales ha llevado a una ecología de “denunciantes en línea”: alianzas descentralizadas de denunciantes, activistas y periodistas independientes que utilizan herramientas cifradas para compartir información y proteger fuentes. Si bien estas redes pueden ofrecer seguridad en cuanto a su número, también conllevan riesgos: ser cooptadas o explotadas por quienes están en el poder y ser consideradas colectivamente enemigos del Estado por sus intentos de hacer que los poderosos rindan cuentas.
Sin embargo, también representan un profundo replanteamiento de la responsabilidad pública en una era digital donde el secreto es estructural y sistémico, lo que demuestra el poder de las personas que trabajan juntas.
A medida que las instituciones tradicionales de la democracia fallan, nuestra investigación muestra que estas infraestructuras alternativas encarnan una nueva forma de práctica democrática: horizontal, distribuida y desafiante.
Nuevas alianzas que apoyan a los denunciantes
Los denunciantes cuyas historias aparecen en nuestro libro han hecho más que exponer irregularidades. Construyeron comunidades de atención y resistencia: nuevas instituciones para la protección de la propia verdad.
Cada uno de ellos, después de sufrir represalias y exclusión, se ha vuelto hacia afuera: haciendo campaña a favor de reformas, asesorando a otros y construyendo alianzas intersectoriales. Su transformación de personas con información privilegiada a activistas colectivos revela una idea clave: la reforma legal por sí sola no es suficiente. Lo que respalda la verdad no es la promesa de protección desde arriba, sino la solidaridad desde abajo.
Fortalecer y apoyar estas alianzas ayudaría a preservar la libertad de expresión y el derecho a saber. Esto significa apoyar redes transfronterizas de periodistas, abogados y defensores de los derechos humanos que puedan garantizar colectivamente la divulgación cuando las leyes nacionales fallan. También significa reconocer a los denunciantes como un bien público.
En momentos en que muchas democracias se están alejando de la apertura, estos denunciantes son un recordatorio de que la ley y la justicia no son lo mismo. Cuando las leyes establecen el secreto o castigan la disidencia, creemos que violarlas puede ser un acto de virtud cívica. La desobediencia civil puede restaurar la vida democrática haciendo que el gobierno rinda cuentas.
La conclusión de Kiriakou en su capítulo resuena más allá del mundo de la inteligencia: “Todos tenemos que luchar. Sólo así podremos marcar la diferencia”. Sus palabras recuerdan una larga línea de desobediencia civil –desde sufragistas hasta manifestantes pacifistas y activistas ambientales– cada uno de ellos enfrentándose a sistemas que se negaron a escucharlos hasta que rompieron las reglas.
Los casos de nuestro nuevo libro ilustran con qué rapidez se puede utilizar la ley para imponer el secreto en lugar de la rendición de cuentas durante períodos de decadencia democrática. También destacan las condiciones prácticas que permiten decir la verdad, incluido el apoyo colectivo que se extiende más allá del sistema legal de cualquier país.
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