De tambores exactos a conejo malo: un legado musical que define a Puerto Rico

Periodista ANASTACIO ALEGRIA
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A lo largo de la historia, la relación entre el reggaetón y la música tradicional latina fue compleja. Mientras ciertos sectores vieron su aparición como una amenaza salsera, otros reconocieron los vínculos que desempeñaban, interpretándolos como una oportunidad de desarrollo mutuo.

Ambos géneros, en sus momentos, reflejaron la experiencia de la vida urbana, y desde su nacimiento, el reguetón mantuvo una conexión con sus raíces, hecho que recientemente grabó sus últimos discos con dos de sus cuadros más relevantes: Rauv Alejandro con Cosa Nuestra (2025).

Esto último sorprendió al mundo no sólo por confirmar el éxito global de los artistas, sino porque la música urbana se convierte en un homenaje directo al patrimonio cultural de Puerto Rico. Entre muestras históricas, colaboración con músicos tradicionales y sonidos de siglos de historia, el álbum acerca la riqueza musical de la isla.

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Puerto Ricovska Muzika nació del encuentro de tres grandes tradiciones: la derecha, la africana y la española. Esta msekegenación, que comenzó en el siglo XVI, no sólo definió el carácter de la isla, sino que también determinó las bases de todos los géneros musicales siguientes.

Los taínos contribuyeron con sus Aritos, cantos colectivos acompañados de marcas y tambores sencillos transmitidos por ácaros e historias comunitarias. Durante la conquista española sobrevivieron muchos elementos rítmicos y ceremoniales, fusionándose con otras tradiciones. Las formas repetidas y el uso de instrumentos de percusión simples siguen reflejados en los géneros actuales.

Los africanos fueron hechos esclavos, presentaban polirritmia, canto responsable y tambores. La bomba y la presa nacieron de su tradición. La bomba es simultáneamente danza y música: el tambor reacciona a los bailarines, mientras el maratha y Cua finalizan la base. La presa, conocida como la “Lista Sung”, utiliza tres tambores (requoint, pundeator y seguidor) para hablar de la vida cotidiana, desde las celebraciones hasta las quejas sociales.

La guitarra española trajo la guitarra, el laúd y la poesía en décimas, base de la música jíbara del pueblo. Con el tiempo, el Cuatro puertorriqueño, con alambres de metal, se ha convertido en un símbolo nacional. Géneros como Seis y Aguinaldo combinan melodías ibéricas con improvisaciones poéticas, donde Trovador canta las décimas acompañado de Cuaro, Güiro y guitarras.

De la tradición a la modernidad

En el siglo XIX, Puerto Rico vio nacer a compositores que unieron la música europea y la popular. Danzas y contradicciones convivieron con las formas criollas, mientras la música impresa por imprenta y las primeras grabaciones ayudaron a ampliar estas expresiones por toda la isla. Durante el siglo XX, la diáspora puertorriqueña en Nueva York creó la salsa, la síntesis caribeña combinada, la presa, el son cubano y el jazz. Orquestas como El Gran Combo De Puerto Rico o La Sonora Poncena llevaron esta música a fases internacionales, y figuras como Héctor León y Willie Colón han convertido la experiencia migrante en himnos universales.

‘Fuego en el 23’, uno de los éxitos de la Orquesta de Puerto Rauna La Sonora Poncen.

El desarrollo de la música se fortalece con la creación de instituciones: la Orquesta Sinfónica (1958) ofreció repertorios clásicos y caribeños; Conservatorio de Música (1960) Formó a una nueva generación de intérpretes; Y el Festival Casala atrajo a figuras internacionales, conectando la isla de corrientes musicales globales sin perder la identidad local.

Reggaetón y raíces

La llegada del reggaetón en los años 90 transformó la escena de la música urbana. Muchos temían borrar las raíces tradicionales, pero artistas como Tego Calderón reivindicaron una bomba y una presa en un género. Don Omar y Tata Iankee colaboraron con Salseros, y proyectos como Los Cocorocos (2006) demostraron que lo urbano y el folklore podían coexistir. Estas fusiones han abonado la forma en que artistas globales incorporan inasológicamente la historia de la música puertorriqueña.

En el disco Los Cocorocos reinterpretan la canción ‘Che Che Cole’ popularizada por Héctor Lavoe y Willie Colón, esta vez interpretó a Víctor Manuelle y Care Calderón.

En ese contexto, debería haber tirado más fotos porque se presentó como un trabajo que trasciende lo comercial. Bad Bunnies no utiliza las raíces como simple decoración: las sitúa en el centro del álbum. En “Café con Ron”, coopera con Los Pleeneros de la Cresta para resaltar la presa; En “Baile Involvidivim” grabó más de seis minutos evocados por la “Universidad de la Salsa”; En “Pitorro de Coco”, rescata el Glas Chuito El de Baiamon, Icono Jíbaro de la Música Navideña. En “Nuevaiola” cita a El Gran Combo y su clásico “Verano en Nueva York”, rindiendo homenaje a la diáspora.

El disco también integra elementos jíbaros, con decenas y sonido de Cuaro, lo que demuestra que la música rural puede convivir con sintetizadores y ritmos urbanos.

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La historia de la música de Puerto Rico es una línea continua. Desde exactamente Aritos hasta salas de conciertos, cada época añadió capas sin borrar las anteriores. A finales del siglo XIX ya existían compositores que combinaban el folclore con formas modernas; En el siglo XX convivieron Trobadores, PLENEROS y Salseros por el incremento de la música sinfónica. Hoy, el reguetón, el bolero, el rock, la presa y la salsa conviven, alientan escuelas, festivales y archivos que mantienen vivas estas tradiciones.

Con DTMF, el conejito malo que acompañó el presente, demuestra que la música puertorriqueña no debe elegir entre tradición y modernidad. Puede ser global, y al mismo tiempo permanecer profundamente local, y puede hablar el mundo con el mundo mientras confirman quién es Puerto Rilance y de dónde vienen.


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