Debajo de las cenizas: suelos que sustentan la vida después del incendio

Periodista ANASTACIO ALEGRIA
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El suelo es la base de la vida forestal. En él crecen las raíces de las plantas, se almacena agua y millones de diminutas criaturas viven en él, lo que ayuda a mantener el equilibrio del ecosistema. Cuando un bosque resulta dañado por un incendio, es mucho más difícil recuperarlo.

Hoy en día, los incendios son cada vez más frecuentes e intensos debido al cambio climático y la sequía. Por lo tanto, comprender qué sucede con la tierra después de un incendio y cómo podemos ayudar a que se recupere es esencial para cuidar nuestros bosques y el medio ambiente.

El fuego también daña lo que no se ve

Cuando se produce un incendio forestal, todos pensamos en las imágenes de un bosque quemado que siguen siendo visibles: árboles carbonizados, animales que huyen y el suelo cubierto de cenizas. Pero lo que sucede bajo la superficie pasa desapercibido para la mayoría. El fuego también afecta a lo que hay bajo tierra, donde se producen cambios muy importantes que pueden durar muchos años.

No todos los incendios son iguales. Algunos simplemente queman hojas y ramas secas en el suelo sin causar mucho daño. Otros son muy graves y pueden calentar tanto el suelo que acaba destruyendo la materia orgánica y los organismos que viven en él.

El calor puede cambiar el color, la textura y la composición del suelo. También cambia su pH (grado de acidez o alcalinidad) así como su capacidad para retener agua. En los casos más graves, el suelo se afloja y es más fácil de arrastrar con la lluvia.

Estas transformaciones hacen que el bosque pierda su resiliencia, es decir, su capacidad de recuperación. Si el suelo se empobrece, a las nuevas plantas les resulta más difícil crecer y el ecosistema se regenera mucho más lentamente.

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El mundo de la vida bajo nuestros pies.

Aunque no lo parezca, el suelo está lleno de vida. En un puñado de suelo hay millones de microorganismos: bacterias, hongos, diminutos insectos y otras criaturas que trabajan incansablemente. Son responsables de descomponer la materia orgánica (como hojas y ramas muertas) y convertirla en nutrientes que las plantas pueden utilizar. Además, estos organismos ayudan a mantener la estructura del suelo, permitiendo que el agua se filtre y las raíces respiren. Gracias a ellos, el suelo sigue siendo fértil y equilibrado.

Cuando el fuego destruye esta comunidad invisible, el ecosistema pierde gran parte de su capacidad de funcionar correctamente). Los hongos del suelo, por ejemplo, son esenciales porque forman redes que conectan las raíces de diferentes plantas y les ayudan a obtener agua y minerales. Si desaparecen, las plantas se debilitan y la recuperación del bosque se vuelve mucho más lenta.

Por ello, los científicos afirman que “sin suelo vivo no es posible ningún bosque. Cuidarlo es cuidar la vida que sustenta todo el ecosistema”.

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La lluvia puede destruir siglos de vida en cuestión de días

Después de un incendio, el suelo queda desnudo, sin raíces que lo sostengan ni vegetación que lo proteja. En esta condición, las gotas de lluvia golpean directamente la superficie y pueden arrastrar el suelo cuesta abajo. Este proceso, conocido como erosión, es uno de los mayores peligros tras un incendio.

La consecuencia más grave de este fenómeno es que la capa superior, la más fértil y rica en nutrientes, es también la más fácil de perder. Pueden pasar entre 100 y 500 años para que se forme tan solo un centímetro de suelo, pero bastan unas cuantas tormentas para desaparecer. Lo que retrasa mucho la recuperación del ecosistema. Sin esta capa fértil, las semillas no pueden germinar bien y el bosque tarda mucho más en volver a crecer.

Además, la erosión no afecta sólo a los bosques quemados. El agua transportada por el suelo puede llegar a ríos y embalses, enturbiar el agua, perjudicar a la fauna acuática y reducir la calidad del agua potable. Por eso, las primeras lluvias después de un incendio pueden ser casi tan devastadoras como el propio incendio.

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Cómo puedes ayudar a que el suelo se recupere

Existen diversas técnicas para prevenir la pérdida de terrenos afectados por el fuego y acelerar su recuperación. Uno de los más eficaces es el mantillo orgánico, una capa de restos de plantas trituradas (por ejemplo, ramas y paja) que se coloca sobre la tierra quemada. Esta cobertura protege la superficie de los efectos de la lluvia, reduce el escurrimiento de agua (su escurrimiento a ríos, arroyos u océanos) y mantiene la humedad. Con el tiempo, el material se descompone y enriquece el suelo con nutrientes.

Otra medida útil es la instalación de fajinas, que son hileras de árboles o ramas colocadas en pendientes siguiendo las curvas del terreno. Estas barreras detienen el agua, retienen el suelo y evitan que el suelo sea arrastrado. También se pueden construir pequeñas barreras en los arroyos para evitar que los sedimentos entren en los ríos.

Sin embargo, no siempre es necesario intervenir. En algunos casos, el propio ecosistema puede recuperarse por sí solo. Por eso, antes de actuar, es importante evaluar la gravedad del incendio y decidir dónde se necesita ayuda y dónde es mejor dejar que la naturaleza siga su curso.

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Un recurso que no podemos producir

La tierra es un recurso muy valioso y difícil de recuperar. La naturaleza tarda siglos en formar unos pocos centímetros de suelo fértil, pero un incendio y una fuerte lluvia pueden destruirlo en semanas. Proteger el suelo después de un incendio no es sólo una cuestión medioambiental: también es una forma de proteger el agua, los bosques y las vidas de las personas que dependen de ellos. Los árboles volverán a crecer, pero sólo si el suelo permanece vivo.

Bajo las cenizas, en ese mundo invisible de microorganismos y raíces, está en juego el futuro de los bosques.


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