Deportaciones de inmigrantes versus legalización: jueces, policías y fiscales se pronuncian

Periodista ANASTACIO ALEGRIA
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La Comisión Europea está avanzando con su propuesta de un Sistema Europeo Común de Retorno que haría que el proceso de retorno de los inmigrantes fuera más rápido, pero también más punitivo: con detenciones más largas, condiciones más estrictas e incluso la creación de centros de retorno en terceros países.

Ante esta iniciativa, surge una pregunta clave: ¿refleja esto realmente lo que hacen las personas involucradas en la implementación de estas medidas – la policía, los jueces, los fiscales y los trabajadores sociales – o insistimos en medidas que, como muestra nuestra investigación, no sólo no funcionan, sino que también empeoran la situación de las personas afectadas y violan sus derechos?

La Comisión Europea y el discurso de la eficacia

El argumento de la Comisión Europea es que sólo se obedece el 20 por ciento de las órdenes de deportación, lo que hace que el sistema sea “ineficiente”, según la presidenta de esa institución, Ursula von der Leyen. Pero esta definición de eficacia es problemática: al reducirla a una simple cuestión del número de deportaciones realizadas, prioriza la coerción sobre la protección, favoreciendo el retorno forzado e ignorando tanto los derechos humanos como otras alternativas más sostenibles.

Partiendo de esta visión limitada de lo que significa “eficiencia”, la respuesta de la UE a esta ineficiencia ha sido endurecer el sistema mediante normas aún más restrictivas y punitivas, como:

Incrementar el retorno forzoso con un sistema europeo común.

Ampliar el uso de la detención.

Establecer zonas de deportación en terceros países.

Pero falta algo crucial: antes de proponer leyes con tal potencial de impacto social, económico y político, la Comisión Europea no ha presentado pruebas concretas basadas en investigaciones que justifiquen la urgencia con la que quiere aprobar la ley ni la eficacia de las medidas punitivas y restrictivas propuestas para lograr los objetivos declarados.

¿Qué opinan los agentes implicados?

Por lo tanto, nuestra investigación llega en un momento crucial porque se centra en algo que falta en muchos debates sobre formulación de políticas: las perspectivas y experiencias de quienes las implementan, como la policía nacional, los jueces, los fiscales y los trabajadores sociales.

Aunque el estudio se realizó en siete países de la Unión Europea (Alemania, Bélgica, Eslovenia, España, Grecia, Italia y Suecia) y Reino Unido, los resultados que presentamos se centran en España. Esto revela no sólo por qué las deportaciones sino también las detenciones son redundantes e ineficaces, incluso para quienes las llevan a cabo.

En España, el porcentaje de órdenes de expulsión ejecutadas es similar a la media europea. Y, siguiendo la dinámica del avance de la extrema derecha y la radicalización de los partidos de derecha, algunos partidos promueven controles migratorios más restrictivos al limitar la regularización y enfatizar la deportación de migrantes.

Pero lo que muestra el terreno es muy diferente. Nuestra investigación revela la gran frustración de los agentes al saberse ignorados por la esfera política, que ni en su debate ni en sus estrategias refleja las experiencias o perspectivas de quienes trabajan con migrantes en situación irregular:

“Creo que todo esto se podría solucionar preguntándole a los que están trabajando, pero nunca se les consulta. Nunca se les pregunta: ¿Se puede hacer? ¿Es factible? (Policía: ES-FG1-P4).

El análisis revela insatisfacción entre todos los agentes con el enfoque de las políticas de detención y deportación como principal respuesta a la irregularidad, aunque sus motivaciones difieren entre los distintos grupos.

Las entrevistas muestran que muchos no ven la deportación como un instrumento de control de la inmigración, sino como un delito:

“Por eso nuestro trabajo no es deportar a los extranjeros. Nos centramos en los delincuentes extranjeros. Delincuentes. No tenemos ningún problema con los extranjeros” (Policía: ES-FG1-P1).

Este punto de vista sugiere que la deportación se utiliza principalmente en casos penales, no como una respuesta general a irregularidades administrativas. Es más, incluso en casos excepcionales, se considera una medida excesiva porque ya existe un sistema adecuado de castigos para enfrentar el delito, lo que pone en duda la necesidad y proporcionalidad de la detención y deportación.

Finalmente, los agentes señalan que una mayor inversión en medidas de detención y deportación no resolverá los problemas estructurales. Consideran excesiva burocracia y hablan de las contradicciones entre la deportación y los derechos de los migrantes garantizados por el Estado y los acuerdos internacionales:

“Las expulsiones actúan como si tuviera que trabajar, pero me atan de pies y manos” (Policía: ES-FG1-P5).

Alternativas desde el campo

¿Cuál es entonces la alternativa para una gestión migratoria adecuada? Una respuesta, que falta en la propuesta de la Comisión Europea, sería reducir las órdenes de deportación y crear vías legales para los inmigrantes en situación irregular.

A diferencia de los discursos políticos dominantes, los propios agentes proponen la regularización como la opción más eficaz para solucionar las irregularidades administrativas. Incluso algunos policías nacionales admiten que la irregularidad es una cuestión política, no policial:

“Hablando de los problemas que tenemos aquí, no se pueden solucionar, hay que regularlos, esa es la clave” (Policía: ES-FG1-1).

En la práctica, los funcionarios prefieren no ordenar la expulsión en respuesta a una mala conducta. Nuestro trabajo de campo con migrantes en riesgo confirma esta dinámica: aunque temen conflictos con las autoridades, el miedo a la deportación a menudo supera otras incertidumbres, como el acceso a la vivienda y al empleo.

Hoy en día, muchas personas con órdenes de expulsión terminan viviendo en un limbo legal durante años, con acceso limitado a derechos y servicios. Nuestra investigación apunta a alternativas como la legalización por arraigo en España, que permite acceder a derechos si una persona demuestra vínculos sociales, económicos o familiares.

Lejos de ser un “factor de atracción”, como repiten los partidos conservadores, estas medidas benefician tanto a los inmigrantes como a la sociedad en su conjunto, reduciendo la economía sumergida y fortaleciendo la cohesión social.

La evidencia es clara: las deportaciones a países de origen o terceros países son costosas, ineficaces y a menudo incompatibles con los derechos humanos. Experiencias como los acuerdos UE-Turquía, Italia-Libia y, más recientemente, Italia-Albania o Reino Unido-Ruanda lo confirman.

Como resumió un juez entrevistado:

“Desde una perspectiva judicial y con un enfoque de derechos humanos, (…) la deportación sólo se justifica materialmente en casos de infracciones penales graves o muy graves. La irregularidad no debe abordarse judicialmente, sino mediante una política de regularización y una auténtica política migratoria, no mediante la criminalización de la inmigración” (Juez: ES-IA-7).


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