En octubre de 2024, hace un año, un temporal azotó con fuerza la Comunidad Valenciana. La tragedia dejó numerosas víctimas y cientos de heridos, pero también hubo un aspecto menos evidente e igualmente devastador: el impacto psicológico en las personas afectadas. Muchos ciudadanos vieron sus casas y barrios inundados y cubiertos de barro mientras veían sufrir a sus vecinos y familiares sin poder hacer nada para ayudarlos. En muchos casos, no pudieron regresar a casa ni ponerse en contacto con sus familias o con los servicios de emergencia.
Esta desconexión, desamparo y desamparo marcó profundamente la experiencia de muchas víctimas, a lo que se sumó la percepción de abandono: no hubo una alerta temprana del riesgo extremo, y la gestión inmediata de la tragedia fue percibida por los afectados como lenta y claramente insuficiente.
Semanas después, investigadores de la Universidad Pontificia Comillas y de la Universidad de Zaragoza realizaron un estudio que evaluó a 72 víctimas y 69 voluntarios. Se analizaron los síntomas de ansiedad, depresión y estrés postraumático, así como el grado de satisfacción con diferentes fuentes de apoyo. También tuvieron la oportunidad de compartir sus experiencias.
Aunque el artículo científico aún no ha sido publicado, sus respuestas han permitido poner números y palabras a algo que suele estar oculto: la huella emocional de los desastres naturales.
Bajas: el peso de los perdidos
Según el estudio, el 82% de las víctimas presentaban síntomas de estrés postraumático moderados o graves. Es la huella psicológica dejada por la experiencia o presencia de un evento extremadamente impactante o que pone en peligro la vida. No se trata solo de recuerdos desagradables: implica revivir mentalmente la experiencia a través de flashbacks o pesadillas, estar constantemente despierto, sobresaltarse ante estímulos que te recuerdan el evento y sentir que el peligro aún está presente.
En este sentido, muchas víctimas admiten que nunca lo olvidarán. Algunos tienen pesadillas y recuerdos que, según dicen, se siguen repitiendo en sus cabezas sin poder evitarlos. Otros relatan acontecimientos con tal nivel de detalle que parece que los están reviviendo. Por ejemplo, relataron vívidos recuerdos del ensordecedor rugido del agua e imágenes de tragedia, como barro abundante o ver a otras personas sufrir. También evocan el miedo que sienten cada vez que vuelve a llover.
A esto se suman altos niveles de ansiedad y depresión: entre el 40% y el 46% de los encuestados presentan estos síntomas. El impacto fue más severo para quienes sufrieron lesiones físicas, sufrieron daños o perdieron sus hogares, o fueron testigos del sufrimiento de otras personas. También se vieron afectados por experiencias emocionales como miedo a hacerse daño a sí mismos o a sus familiares, miedo a morir, sentimientos de abandono e impotencia, que agravaron las consecuencias psicológicas de la tragedia.
Estos resultados enfatizan la necesidad de que las víctimas reciban atención psicológica adecuada y continua en el tiempo y de que su sufrimiento sea visible como parte esencial de la recuperación posdesastre.
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Voluntarios: el impacto psicológico de ayudar
Durante los primeros días tras la catástrofe, los voluntarios fueron fundamentales: rescataron, ayudaron y acompañaron a muchos afectados sin medios ni formación para intervenir en una emergencia de esta magnitud. Por ello, también se evaluó cómo se vieron afectados psicológicamente por la presencia inmediata del desastre.
Los resultados muestran que la exposición a escenas de destrucción y sufrimiento, esfuerzo físico y tensión dejaron su huella: el 68% presentó síntomas significativos de estrés postraumático. Entre los factores más asociados al malestar se encuentran participar en un rescate, ver personas muertas, presenciar un robo o haber atropellado o desaparecido a seres queridos.
Voluntarios y vecinos ayudan a limpiar el barro de las aceras de Valencia. Papacac/Wikimedia Commons, CC BI-SA
La respuesta de apoyo de la ciudadanía fue admirable y las víctimas lo recuerdan con profundo agradecimiento, lo que se refleja en nuestros resultados. Sin embargo, cuando la primera respuesta a una emergencia depende de civiles sin formación ni apoyo psicológico, se espera que su salud mental se vea afectada. Por ello, es necesario brindar atención y apoyo especializado incluso a quienes, con las mejores intenciones, son los primeros en ayudar.
La segunda inundación: gestión institucional
Otro hallazgo clave, consistente con las numerosas protestas y reclamos de las víctimas, fue la baja satisfacción con la respuesta institucional: sólo 1,7 en una escala de 1 a 5, en comparación con los altos niveles de apoyo percibido de familiares, amigos, vecinos y voluntarios (entre 4,2 y 4,7). Tampoco sorprende el extremo descontento con la advertencia de tragedia (1,2 sobre 5), que se produjo cuando el nivel del agua alcanzó niveles catastróficos.
La insatisfacción con el apoyo institucional y la percepción de lentitud en la implementación de medidas de seguimiento se relacionaron con el deterioro de la salud mental de las víctimas. La sensación de abandono de las instituciones ante la tragedia no sólo debilita la confianza en las autoridades, sino que también las vuelve vulnerables en futuras situaciones de emergencia, poniendo en grave peligro la salud mental a medio y largo plazo.
¿Qué podemos aprender?
Para ocho de cada diez víctimas, el día dejó una clara huella emocional: miedo, dificultades para continuar con la vida cotidiana, ansiedad y tristeza. Si no se tratan, estos síntomas pueden volverse crónicos y afectar gravemente la calidad de vida.
Si bien se han puesto en marcha iniciativas de apoyo psicológico, la magnitud del impacto hace necesario fortalecerlas y avanzar hacia un sistema de atención en salud mental accesible, gratuito y sostenible en el tiempo.
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