Diez años de ‘primeras citas’: el ritual televisivo que nos recuerda cómo mirarnos a los ojos

Periodista ANASTACIO ALEGRIA
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En abril de 2026 se cumplen diez años del estreno del programa de televisión First Dates, un restaurante de televisión donde dos desconocidos se sientan a charlar y compartir una cena frente a las cámaras. Una década después, el formato mantiene una estabilidad poco común en la televisión actual: continuidad, éxito duradero y una audiencia diversa que lo sintoniza a diario.

Desde su debut el 17 de abril de 2016, el programa ha tenido una media de entre 1,2 y 1,3 millones de espectadores, con una cuota de audiencia de alrededor del 7-8%.

Más allá de los índices de audiencia, esa fidelidad refleja el clima social del momento. First Dates no es sólo un programa de entretenimiento: se ha consolidado como una ventana a la diversidad de biografías, deseos y formas de entender el amor, la sexualidad, la convivencia, la familia… En un contexto saturado de estímulos y pantallas, el programa acude a lo esencial: la socialización, el encuentro, el reconocimiento del otro y la autenticidad.

Cuatro razones para el interés de la audiencia

El programa consigue conectar con los espectadores a través de cuatro dimensiones básicas:

Identificación emocional. Muchos espectadores se reconocen en los participantes porque comparten sus miedos, sus esperanzas y esas otras oportunidades que alguna vez vivieron o imaginaron. La conexión que se crea va más allá de la mera observación: no se trata sólo de pensar en la historia de otra persona, sino de reconocerse en los gestos, dudas y deseos que todos tenemos, de alguna manera.

Diversión sin estridencias. La brevedad de los encuentros, el tono ligero y la ausencia de dramatismo permiten terminar la relación al final del día, sin la carga emocional de las noticias o los programas más agresivos. Hay lugar para las risas y alguna que otra sorpresa, pero sin condescendencia ni exageración.

Curiosidad por lo nuevo. Las citas funcionan como un observatorio de los códigos afectivos contemporáneos: la negociación de compromisos, los pactos de convivencia, las expectativas sobre el sexo o la familia y la visibilización de diferentes identidades y orientaciones. Para quienes crecieron en otras tradiciones, presenciar estas conversaciones es informativo, incluso liberador; En algunos casos, permite comprender mejor a determinadas personas cercanas. Y para los más jóvenes es una oportunidad para descubrir otros modelos y formas de entender la vida, la pareja y la familia.

Ritual diario y conversación social. Convertido en un encuentro diario, ha pasado a formar parte de la rutina de muchos espectadores: acompaña la cena, marca el final del día y ofrece un lugar para desconectar. Para muchos, el programa se ha convertido en tema de conversación: las salidas de la noche anterior, las reacciones de los participantes, sus gestos o sus formas de conectarse crean temas de conversación entre familiares y amigos.

Estas motivaciones no son exclusivas de las personas mayores, sino que actúan como puente entre generaciones. A medida que las personas mayores descubren cómo piensan y sienten los jóvenes y los adultos (e incluso las personas mayores diferentes de ellos), los adultos confrontan sus modelos a seguir y los jóvenes encuentran nuevas formas de interpretar la vida y proyectarse hacia el futuro. Algunos actualizan sus referencias, y otros confirman que sus sospechas no son tan originales y que, en el fondo, son compartidas.

El presentador Carlos Sobera (en el centro) y el equipo que le sigue delante de las cámaras celebran el programa número 2.000 en noviembre de 2024. Mediaset

En cada mesa se ensaya, sin pretensiones, una pedagogía del encuentro: mirarse, hacer preguntas, responder con cierta honestidad, gestionar la atracción o el desacuerdo, expresar limitaciones y ofrecer -o rechazar- respetuosamente una segunda cita.

La forma es tan importante como el fondo. Esa cultura de cariño y bondad emocional, inusual en estos tiempos y en las redes sociales, está en el programa.

Las primeras citas ofrecen una mirada relajada, sin ser brusca ni gritadora, con personas muy diferentes. En sus mesas cabe casi todo: edades, cuerpos, creencias, trayectorias, orientaciones y orígenes. La diversidad se vive como una experiencia diaria: cada huésped habla por sí mismo. En tiempos de polarización, este simple gesto adquiere un valor cívico y humano evidente.

Individualismo, soledad no deseada e integración social

Vivimos la paradoja de estar hiperconectados y sentirnos solos al mismo tiempo. La soledad no deseada se extiende entre jóvenes y mayores; El individualismo transforma las relaciones en relaciones fugaces y enfatiza lo llamativo sobre lo cuidadoso y delicado.

En este contexto, First Dates actúa como un refugio emocional: observar una conversación normal, a un ritmo humano y con claras reglas de cortesía.

Para quienes viven al margen de la vida social -por viudedad, separación, jubilación, migración…- el programa cumple una función simbólica y práctica: la memoria de ese encuentro aún es posible y el aprendizaje social no termina a los 30 años.

Observar las citas de otros alimenta la esperanza, legitima la búsqueda de comunidad y fortalece el sentido de pertenencia a una comunidad diversa y compleja de personas diversas.

¿Por qué funciona?

El programa tiene algunas características que lo hacen único:

Formato claro: una fórmula sencilla y reconocible -dos personas en la mesa que tienen que tomar una decisión- que facilita la comprensión inmediata y mantiene la atención sin necesidad de continuidad.

Tono cuidado: humor sin burla, ternura sin cursi y curiosidad sin morbo.

Ritmo corto: relatos breves autónomos que evitan el desgaste de los formatos más extensos.

Valor público: normaliza la diversidad y muestra nuevas formas de entender la vida, la familia, la pareja, el amor, el sexo…

Algunos programas de televisión funcionan como agentes de socialización y generadores de historias compartidas. En España, el caso de First Dates es paradigmático: una propuesta sencilla produce un aprendizaje sutil y fomenta conexiones más allá de la pantalla. Por ello se consolidó como un espacio con una clara función socialista y prosocial.

Diez años, una llamada

First Dates cumple una década no es solo motivo de celebración televisiva. Es también una invitación a repensar nuestros espacios y tiempos de encuentro: ¿dónde practicamos hoy la escucha, la empatía o la negociación diaria del desacuerdo? Quizás el éxito del programa se explique en parte por el hecho de que no encontramos estos momentos en el país y en el extranjero.

En una época en la que las relaciones se suelen medir por clics y notificaciones, First Dates nos recuerda que somos seres sociales, que necesitamos la presencia del otro para reconocernos.

Revalorizar una conversación, una visión compartida o un placer en sociedad contribuye al bienestar y a una vida más feliz: aprender de la presencia, abrirse al encuentro y redescubrir el placer de estar – verdaderamente – con alguien.


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