El domingo 19 de octubre, delincuentes lograron robar ocho piezas de joyería de valiosísimo valor en la galería Apolo del Museo del Louvre, en París. El atraco pone de relieve cuestiones de larga data en la criminología del patrimonio, ya que la seguridad de los museos debe abordar amenazas nuevas y tradicionales, así como una variedad de visiones simbólicas y dinámicas criminales. Esto significa que cuando se produce una violación de la seguridad, los costos se sienten en muchos niveles diferentes.
Desde el punto de vista de la seguridad, hay cinco ideas clave que pueden ayudarnos a comprender los fallos del Louvre, así como cómo y por qué los delincuentes atacan los museos.
1. La seguridad física es lo más importante
Si bien no hay duda de que la ciberseguridad es una gran amenaza para las instituciones culturales –con riesgos que van desde el acceso no autorizado a catálogos digitalizados hasta el sabotaje de los sistemas de vigilancia y alarma–, no podemos descartar el papel esencial de la seguridad física.
En muchos casos, los atacantes no necesitan piratear sistemas informáticos sofisticados: pueden acceder a través de ventanas, puertas de servicio, techos o paredes falsas utilizando herramientas rudimentarias. Los informes iniciales sobre el atraco al Louvre sugieren que los ladrones irrumpieron por la fachada lateral, utilizando andamios temporales para obtener acceso sin recurrir a un complejo hackeo digital.
Las amenazas digitales y físicas no pueden abordarse de forma aislada. Los museos pueden proteger redes, cifrar datos y monitorear el acceso virtual, pero si las puertas aún son débiles o están mal aseguradas, los intrusos podrán entrar.
2. Motivaciones mixtas: dinero, símbolos, protesta
Los museos ocupan una posición estratégica, a menudo controvertida, porque concentran fondos que atraen múltiples tipos de actividad criminal. En los últimos años, los ataques vinculados al activismo y al terrorismo han buscado tener un impacto simbólico o ganar la atención de los medios dañando o perturbando el patrimonio artístico. Sin embargo, el robo con fines de lucro no desapareció.
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Existen redes dedicadas a extraer objetos de los museos para luego venderlos en el mercado negro o desensamblarlos y venderlos por otros canales encubiertos. Las investigaciones sobre grandes robos en las últimas décadas han puesto de relieve la convergencia de estos motivos: además de los motivos ideológicos o propagandísticos, todavía existe la lógica económica de los delitos contra la propiedad como un negocio lucrativo y altamente especializado.
Sin embargo, el valor artístico y simbólico de muchas obras convierte a los museos en un objetivo que va más allá de la pura ganancia monetaria, por lo que el robo no siempre sigue la lógica clásica del lucro. En el caso del Louvre, las autoridades señalaron que podrían existir vínculos con redes especializadas y mercados internacionales de reventa, demostrando la coexistencia de motivos materiales y simbólicos en un mismo evento.
3. Prevalecen las herramientas simples
La imaginación popular –alimentada por películas y series de televisión– tiende a ver los robos en museos como operaciones complejas. Las características comunes incluyen planos cuidadosamente pensados, tecnología de punta y hazañas espectaculares: hacer túneles a través de alcantarillas, evitar acrobaciamente rayos láser y cámaras, acrobacias que desafían a la muerte, etc.
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El atractivo de estas historias es incuestionable, pero la criminología práctica revela que en muchos casos reales prevalecen métodos más tradicionales (romper ventanas, cortar cerraduras, desactivar fácilmente alarmas, abrir paneles o marcos de vidrio, explotar las brechas de seguridad).
Los casos reales muestran que la sofisticación no es necesaria para el éxito si existen vulnerabilidades. Los ejemplos incluyen el robo en 1990 del Museo Isabella Stewart Gardner en Boston, donde los atacantes operaron de noche, derribando puertas y obteniendo acceso al interior, y el robo en 2019 de la Bóveda Verde en Dresde.
Subestimar medidas “rudimentarias” es un error común: una simple herramienta, un error humano o una rutina mal planificada pueden ser lo que abra la puerta a un robo aparentemente imposible.
Después de todo, muchos robos en museos pueden explicarse mediante el principio de la navaja de Occam: la explicación más simple (robo físico, llave mal guardada, seguridad laxa) suele ser correcta. Algo aparentemente tan simple como una mano experta o una herramienta básica puede romper los sistemas más sofisticados cuando se combina con la oportunidad y el conocimiento adecuados.
4. Los ladrones primero vienen como visitantes
La fase de inteligencia y preparación de un robo suele basarse en cosas que a primera vista parecen triviales. Estas pueden incluir visitas de exploración al museo durante el horario comercial normal, observar las rutinas del personal de seguridad, aprovechar los tiempos de exhibición o de preparación de la exposición y, ocasionalmente, complicidad o conocimiento interno del personal del museo.
Información sutil ha permitido muchos robos: quién vigila ciertos pasillos, puertas que sirven como salidas de emergencia, horarios de limpieza, áreas en construcción, ubicación de los puntos ciegos de las cámaras, etc.
Además, hay elementos estructurales ocultos: estancias que no siempre se muestran en los planos públicos, pasillos técnicos, conductos de ventilación o accesos secundarios que no se revelan al público.
Esta falta general de conocimiento de la distribución completa del museo da una ventaja a los delincuentes sofisticados. En el caso del reciente robo en el Louvre, varios medios de comunicación señalaron que los perpetradores reaccionaron rápidamente y sabían dónde atacar, lo que sugiere un alto nivel de reconocimiento y planificación avanzados.
5. El patrimonio no se valora sólo en euros
El patrimonio preservado por los museos no puede medirse únicamente en términos monetarios. Cuando una obra desaparece o resulta dañada, la pérdida va más allá de su valor de mercado: rompe la conexión con la historia, con la creatividad humana y con el patrimonio cultural que hemos recibido y que debemos transmitir.
Cada pieza robada o destruida deja un vacío en la forma en que entendemos nuestro pasado y en cómo damos sentido a la experiencia artística y social del presente. Los museos son los guardianes de este patrimonio común. Contienen elementos únicos e irremplazables que cuentan la historia de quiénes éramos, cómo pensábamos y qué valorábamos a lo largo del tiempo.
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El daño causado por el robo afecta a la sociedad en su conjunto, ya que cada pérdida disminuye nuestra capacidad de aprender, admirar y reconocernos en lo que otros han creado antes que nosotros. Por este motivo, la protección del patrimonio artístico, histórico y cultural no puede limitarse a prevenir casos aislados de robo.
Esto requiere políticas integrales que integren la restauración, la cooperación internacional, la trazabilidad de los artefactos y la capacitación continua del personal, así como el compromiso activo de los ciudadanos con el valor de sus museos. Cuidar el patrimonio significa cuidar la historia viva de una cultura.
Si algo nos ha enseñado el reciente episodio del Louvre es que la seguridad de los museos debe considerarse como un equilibrio entre la protección física y la defensa digital. Las amenazas son diferentes, los métodos están cambiando, pero el riesgo esencial sigue siendo el mismo: la pérdida de lo que nos conecta con el pasado y nos enriquece como sociedad. La criminología del patrimonio nos recuerda que todo museo bien protegido es una victoria colectiva sobre el olvido, el saqueo y la indiferencia.
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