El 5 de noviembre, la Corte Suprema de Estados Unidos escuchará uno de los casos comerciales de mayor trascendencia en décadas. Los jueces decidirán si el presidente puede basarse en una ley de emergencia de la época de la Guerra Fría, la Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional, para imponer amplios derechos de importación sobre una enorme porción de lo que Estados Unidos compra en el exterior.
Lo que está en juego es más que el alcance del poder presidencial. El caso subraya una cuestión más profunda de responsabilidad: ¿quién debería decidir lo que los estadounidenses pagan por los bienes importados: un presidente que actúa solo, jueces no electos que interpretan las leyes de emergencia de manera amplia o representantes electos que deben enfrentarse a los votantes cuando los precios suben?
Cuando los aranceles terminan en los tribunales, generalmente es porque el Congreso no ha actuado. En las últimas décadas, los legisladores han cedido gran parte de su autoridad comercial a presidentes que cambian rápidamente, y los tribunales han tenido que limpiar el desorden. Cada nueva demanda hace parecer que los jueces están manejando la economía, cuando en realidad se ven arrastrados a cuestiones políticas para las que no están capacitados ni elegidos para responder.
Como economista, no como abogado, veo esto como algo más que una curiosidad constitucional. Se trata de cómo la economía más grande del mundo toma decisiones que se mueven a través de los mercados globales, las plantas industriales y los presupuestos familiares. Un arancel al acero puede ayudar a una fábrica en Ohio y al mismo tiempo aumentar el costo de construir puentes y comprar automóviles en otros lugares. Una tarifa a los productos electrónicos podría fomentar el ensamblaje en tierra, pero recortaría los presupuestos de los hospitales y escuelas que dependen de esos dispositivos.
Se trata de opciones distributivas (quién recibe, quién paga y durante cuánto tiempo) que requieren análisis, transparencia y, sobre todo, apropiación democrática.
¿Cómo llegó Estados Unidos hasta aquí?
El Congreso no ha perdido exactamente su poder arancelario; dio.
La Constitución asigna “impuestos, derechos, impuestos e impuestos especiales” al Congreso, no a la Casa Blanca. Históricamente, el Congreso ha establecido líneas arancelarias por ley; considérese la Ley Arancelaria Smoot-Hawley de 1930. El cambio comenzó con la Ley de Acuerdos Comerciales Recíprocos de 1934, que permitió a los presidentes ajustar las tarifas dentro de las fronteras mediante acuerdos ejecutivos. En las décadas de 1960 y 1970, el Congreso aprobó leyes que ampliaban la autoridad comercial del presidente, otorgando nuevos poderes para limitar o ajustar las importaciones sin una votación separada del Congreso si se cumplían ciertas condiciones.
En mi opinión, dos incentivos clave condujeron a esto: la evitación de la culpa y el estancamiento. Los aranceles son redistributivos por diseño: benefician a algunos sectores y regiones e imponen costos a otros. Una votación que ayuda a los productores de acero en un estado pero aumenta los precios para los constructores en otro es políticamente arriesgado. La delegación en la Casa Blanca permitió a los legisladores eludir las consecuencias cuando los precios suben o los empleos cambian.
Y a medida que se intensificó la polarización, las negociaciones que alguna vez produjeron compromisos viables se volvieron cada vez más complejas. Los estatutos de emergencia amplios y las delegaciones abiertas se han convertido en el camino de menor resistencia: rápido, unilateral y aislado de las negociaciones. Con el tiempo, las excepciones se convirtieron en la norma y los tribunales tuvieron la tarea de resolver las zonas grises.
Ésa es una mala manera de conducir la política económica.
Los jueces interpretan estatutos y precedentes; no utilizan modelos de equilibrio general, pronostican trayectorias de inflación ni mapean desvíos de la cadena de suministro. La prueba en el tribunal se limita a un caso. Los medicamentos son contundentes: son para apoyar, derribar o devolver. El diseño arancelario, por el contrario, tiene que ver con la calibración: qué tan alto, por cuánto tiempo, qué sectores, qué exclusiones, qué rampas de salida, qué desencadena la renovación o terminación.
Cuando los juicios reemplazan a las leyes, los países participan en política a través de la prohibición. Las empresas ven las reglas de vhipsav; los proyectos se retrasan o retrasan; los hogares experimentan cambios de precios que parecen arbitrarios; Los socios comerciales están tomando represalias contra políticas que consideran improvisadas.
Una cuestión de responsabilidad
La responsabilidad está en el centro del problema. La mayoría de los jueces no son elegidos; los legisladores lo son. La tenencia vitalicia protege la independencia del poder judicial: bueno para los derechos, malo para los impuestos. Nadie puede votar en los tribunales cuando los aranceles aumentan el precio de un Chromebook de una escuela o de las barras de refuerzo de un contratista.
Por el contrario, los miembros del Congreso tienen que dar explicaciones. Pueden celebrar audiencias, encargar análisis de impacto, escuchar a sindicatos y pequeñas empresas y luego defender compromisos. Si los aranceles salvan empleos en una ciudad pero aumentan los precios en todo el país, los votantes saben exactamente a quién recompensar o castigar. Esa conexión democrática es la razón por la que la Constitución pone “deberes e imposiciones” en manos del Congreso.
Nada de esto significa parálisis en lo que respecta a la política comercial. Estados Unidos ya lo ha hecho antes –a través de organismos de promoción y aceleración del comercio que fijan objetivos claros y requieren votos para su renovación–, mientras que la UE y Japón han combinado una acción rápida con una supervisión legislativa incorporada.
El Congreso puede ser ágil sin ser imprudente. Las mejores prácticas en materia de aranceles incluyen establecer objetivos claros utilizando un lenguaje accesible, hacer que analistas independientes realicen revisiones previas y posteriores a los aranceles e integrar la diplomacia en una estrategia más amplia de seguridad comercial que informe sobre los riesgos de represalias.
Recusación ante el tribunal
En mi opinión, el papel de la Corte Suprema aquí es a la vez modesto y vital: hacer cumplir el estatuto y la línea constitucional.
Si la ley general de emergencia no autoriza claramente tarifas integrales y de largo plazo, no es activismo decirlo. El mantenimiento de la frontera es lo que hace que la pluma regrese al Congreso. Lo que creo que el tribunal debería evitar es parecer que escribe el código arancelario desde el banquillo. Sustituye la propiedad democrática por la improvisación judicial y justifica más litigios como estrategia.
En teoría, un sistema más público y responsable también permitiría a todos centrarse en lo que mejor saben hacer. Esto significa que los economistas miden quién recibe y quién paga, los legisladores sopesan las compensaciones y responden a los votantes, y los tribunales hacen cumplir las reglas, no crean políticas.
Descubre más desde USA Today
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

