Cada vez que vemos imágenes de campos arrasados por incendios o cultivos inundados pensamos en las pérdidas inmediatas que esto supone. Pero hay un efecto menos visible y cada vez más preocupante: la quiebra de las empresas agrícolas que sustentan estos cultivos.
Las condiciones climáticas extremas no sólo afectan a la producción, sino que también amenazan la supervivencia económica de las explotaciones agrícolas del sur de Europa.
Sector en primera línea
El sur de Europa es una de las regiones más expuestas al cambio climático. Las sequías prolongadas, las fuertes lluvias y las olas de calor extremas se combinan con incendios forestales cada vez más frecuentes, especialmente en las zonas rurales. El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) advierte que estas tendencias se intensificarán en las próximas décadas.
Estos fenómenos no sólo dañan los cultivos, el suelo o las infraestructuras: también tienen un impacto directo en la viabilidad financiera de las empresas. Buscar agua y materias primas alternativas, reparar daños o reinvertir en mecanización implica costos adicionales que muchas granjas no pueden soportar. En los casos más graves, conduce a la insolvencia y la quiebra.
Lo que revelan los datos
Hay un patrón claro: las quiebras agrícolas están estrechamente relacionadas con fenómenos climáticos extremos. Entre ellas se incluyen las olas de calor, que reducen la productividad, secan los suelos y aumentan los costos operativos. Pero también las lluvias extremas, las inundaciones y las sequías, ya que tanto la falta como el exceso de agua afectan negativamente a las operaciones agrícolas y pueden amenazar los ingresos.
El impacto de los incendios forestales es particularmente grave. Además, el índice de “clima propenso a incendios” (sequía, calor y viento) multiplica el riesgo de insolvencia.
En conjunto, la evidencia indica que el cambio climático no es una amenaza futura: ya está afectando la resiliencia y supervivencia de miles de empresas agrícolas mediterráneas.
Más allá del campo
El cambio climático, por tanto, no es sólo un desafío medioambiental, sino también un importante riesgo económico y social, porque la quiebra de las empresas agrícolas provoca efectos en cadena. En concreto, efectos económicos (pérdida de empleo y tejido empresarial en zonas rurales), alimentarios (menor producción local y posiblemente mayores precios) y financieros (mayor riesgo para bancos y compañías de seguros, que pueden dificultar el acceso al crédito en el sector).
Según el Banco Europeo de Inversiones (BEI), los riesgos climáticos se encuentran entre los principales factores de vulnerabilidad financiera en Europa.
Advertencia necesaria
La investigación sobre los riesgos financieros del cambio climático se centró fuera de Europa, analizando, sobre todo, los efectos de huracanes y tormentas. A través de nuestra investigación, proporcionamos evidencia de que fenómenos como los incendios forestales o las anomalías de temperatura en el Mediterráneo deben incluirse en la gestión financiera y la política agrícola.
Iniciativas como el Protocolo de Capital Natural – que permite a las empresas identificar, medir y valorar sus impactos directos e indirectos y su dependencia del capital natural – o estrategias impulsadas por la Agencia Internacional de Energías Renovables, IRENA – para aumentar la inversión en infraestructuras, promover la innovación tecnológica, fomentar la adopción de fuentes de energía renovables y lograr la eficiencia energética – ya es necesario insistir en la integración económica de las decisiones naturales a nivel económico. Esto requiere que:
Los responsables de las políticas están diseñando apoyos específicos contra los riesgos climáticos.
Las entidades financieras incluyen variables climáticas en la evaluación crediticia.
La sociedad reconoce que la sostenibilidad de la agricultura también depende de adaptaciones estructurales al nuevo clima.
El futuro está en juego
La agricultura mediterránea no es sólo un motor económico: es parte de la cultura y la alimentación de Europa. Pero el cambio climático amenaza su sostenibilidad de manera tangible. Ignorar este vínculo entre el clima y el fracaso empresarial pondría en peligro no sólo a miles de agricultores, sino también la estabilidad económica y alimentaria de toda la región.
La cuestión ya no es si Europa debería adaptarse, sino cómo hacerlo y con qué rapidez.
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