Con cada victoria, los deportistas ganan adeptos, pero también detractores que les observan desde las trincheras del anonimato. La tenista británica Katie Boulter, número uno de la pista de su país, lo vivió tras un torneo internacional: mensajes anónimos en las redes sociales le deseaban la muerte a ella y a su familia.
Aunque lo parezca, no se trata de un caso aislado. En España, la campeona olímpica de waterpolo Paula Leighton tuvo que afrontar una ola de insultos sobre su cuerpo, justo después de ganar el oro en París 2024. Según contó a RTVE, en lugar de celebrar, tuvo que leer mensajes como “¿valen la pena las focas?”. o “¿no se vació la piscina?”
Sus testimonios reflejan una realidad cada vez más presente en el deporte: el acoso digital que muchas mujeres viven en la red y que afecta a su bienestar personal y profesional. En otras palabras, una forma moderna de violencia simbólica disfrazada de opinión.
Visibilidad + algoritmos = exposición
La visibilidad trae logros y reconocimiento, pero también exposición. Una investigación de World Athletics encontró que en campeonatos internacionales recientes, el 59% del abuso en línea estaba dirigido a atletas y el 36% era de naturaleza sexual.
En las redes sociales la visibilidad no se mide por el mérito, sino por la reacción. Plataformas como Instagram, X o TikTok premian lo que genera debate, sin importar si es apoyo u odio. Un comentario ofensivo o una imagen viral puede llegar a miles de personas en un segundo. En este juego de algoritmos, los deportistas están doblemente expuestos: por lo que hacen y por su apariencia.
Sexualización
La raíz del problema no es la tecnología, sino los hechos sociales. Es la versión 2.0 del sexismo que históricamente ha existido en el deporte. Las redes sociales se han convertido en un espacio donde se repite la misma lógica de sexualización que antes ocurría en otros medios.
No se les juzga sólo por su actuación, sino por su apariencia, vestimenta o forma de expresión. El anonimato refuerza la impunidad: decir en línea lo que no se diría cara a cara. Y la falta de estructuras de apoyo (protocolos, recursos, apoyo psicológico) deja a muchos deportistas solos para afrontar un problema que es colectivo.
Consecuencias psicológicas, sociales y profesionales.
Recibir insultos o críticas constantes no es “normal” ni debe considerarse parte del juego. El acoso digital deja huellas invisibles que van más allá de la pantalla: ansiedad, inseguridad, insomnio o aislamiento son algunas de sus consecuencias más comunes. El abuso y el acoso en línea se encuentran entre los factores más dañinos para la salud mental y el bienestar de las atletas. Muchos optan por reducir su presencia online o delegar su gestión en otras personas para protegerse, aunque eso signifique perder visibilidad u oportunidades profesionales. Todo ello sabiendo que el desempeño mediático es casi tan difícil como el desempeño deportivo, y la exclusión también tiene un precio.
Hacia entornos digitales seguros
El acoso digital a los deportistas no es una cuestión de sensibilidad, sino de responsabilidad colectiva. No basta con denunciar los ataques: se necesitan medidas estructurales para garantizar un entorno digital seguro.
Algunos torneos internacionales ya están dando pasos en esa dirección. Uno de los más importantes es el sistema Threat Matrik, creado por la empresa británica Signifi Group y adoptado, entre otros, por Wimbledon y la Asociación de Tenis Femenino (VTA). Esta tecnología analiza miles de mensajes de redes sociales en tiempo real para detectar amenazas, insultos o comentarios sexistas en más de treinta idiomas. Cuando identifica contenido ofensivo, alerta a un equipo humano que decide si avisa a las plataformas o a las autoridades.
De manera similar, el torneo de Roland Garros utiliza Bodyguard, un software que filtra automáticamente los mensajes de odio antes de que lleguen a los deportistas. Si bien es cierto que estas herramientas no eliminan el problema, sí intentan prevenirlo. Y, sobre todo, buscan proteger la salud mental de quienes compiten fomentando una cultura digital más segura y respetuosa.
Clubes, asociaciones y medios de comunicación deben dejar de mirar para otro lado. Las plataformas tecnológicas también tienen una responsabilidad: actuar lo más rápido posible para frenar el odio y también a la hora de promover la polémica. Y el público debe recordar que detrás de cada mensaje hay una persona que lo lee, lo siente y lo sufre.
Ganarse el respeto
Cuando los atletas se vuelven visibles, inspiran a miles de niñas que las consideran modelos a seguir. Esta inspiración sólo tiene sentido si el entorno digital es un espacio seguro, donde puedan expresarse sin miedo a ser juzgados u ofendidos. Es interesante hablar de cuando el deporte femenino finalmente ganó sus espacios en los estadios. Ahora le toca a ella ganarse un espacio propio en las redes: sin miedos, insultos y juicios sobre cuerpos o voces. Porque, al fin y al cabo, ¿de qué sirve ganar una medalla si luego hay que seguir luchando para ser respetado?
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