Elección: ¿cómo arreglamos el sistema alimentario?

Periodista ANASTACIO ALEGRIA
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Hay más de ocho millones de personas en la Tierra. Más de ocho millones de personas que necesitan comer todos los días. Afortunadamente, hemos desarrollado diversos logros científicos y técnicos que nos han permitido producir y distribuir alimentos en todo el mundo, pero los costos ambientales han sido enormes: la agricultura y la ganadería generan abundantes emisiones de gases de efecto invernadero, consumen mucha agua y provocan pérdida de biodiversidad, contaminación y deforestación.

La huella que este modelo deja en el planeta es insostenible, pero hay mucho margen de cambio.

Menos residuos y fertilizantes más eficientes

Una forma de mejorar es reducir el desperdicio. Actualmente tiramos a la basura un tercio de los alimentos que se producen en todo el mundo, tanto en la industria como en el hogar. Y con ellos consumimos los recursos utilizados para crearlos. Para frenar esta tendencia es necesario actuar en todos los niveles de la cadena alimentaria, desde el usuario final hasta los agricultores y distribuidores.

Otras estrategias se centran en modificar las prácticas agrícolas, por ejemplo, mediante una fertilización más eficiente (el nitrógeno que no utilizan las plantas contamina el suelo, la atmósfera y el agua), reduciendo la necesidad de riego y cuidando la salud del suelo y la biodiversidad.

También en el caso de la ganadería, es posible reducir el consumo de agua y priorizar las prácticas de pastoreo frente al modelo industrial.

Mayor consumo de algas e insectos.

Incluir más productos vegetales y marinos, así como reducir el consumo de los de origen animal en nuestra dieta, contribuye a limitar la emisión de gases de efecto invernadero del sistema alimentario.

Pero además de eso, existen otras alternativas además de la comida tradicional. Por ejemplo, las algas y microalgas son fuentes interesantes de nutrientes cuya producción tiene un bajo impacto ambiental (no requieren tierra cultivable, fertilizantes ni agua dulce) y pueden, de hecho, contribuir a mitigar el cambio climático y la acidificación de los océanos.

Los insectos son otra opción innovadora con una baja huella ecológica. Cultivarlos requiere menos recursos, emite menos gases de efecto invernadero y genera menos desechos que las fuentes tradicionales de proteína animal. La industria en torno a este alimento está creciendo significativamente, y en Europa ya hay cuatro especies aprobadas para el consumo humano.

Sólo cambiando el esquema actual de producción y consumo de alimentos podremos alcanzar los objetivos de reducir las emisiones y preservar la biodiversidad y garantizar la seguridad alimentaria para una población en constante crecimiento.


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