¿Es peligroso resfriarse… o Jane Austen simplemente estaba siendo dramática?

Periodista ANASTACIO ALEGRIA
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Siempre me ha fascinado la forma en que Jane Austen retrata el físico y la salud de sus personajes. Todas sus novelas contienen referencias a la condición física, a la enfermedad o a consejos sobre el bienestar; de hecho, la palabra “salud” aparece más de cien veces en sus seis obras más conocidas. Estas no son descripciones médicas convencionales, pero muestran una precisión y coherencia narrativa sorprendentes.

La prominencia de la salud y la enfermedad en las novelas de Austen plantea la pregunta: ¿Qué pasaría si el drama de su escritura no fuera el romance… sino el resfriado común?

El interés de Austin por la enfermedad

A finales del siglo XVIII y principios del XIX, las enfermedades desempeñaron un papel importante en la vida cotidiana. Sin antibióticos ni anestesia, incluso la enfermedad más pequeña podría convertirse rápidamente en algo más grave.

La medicina se basaba en teorías como el humorismo y los tratamientos incluían sangrías, tónicos y purgantes. Existían y coexistían médicos, boticarios y charlatanes, pero gran parte de la atención, especialmente a las mujeres, se prestaba en casa. Las infecciones eran comunes, lo que significaba que los hospitales eran el último recurso.

Recomendaciones de salud relacionadas principalmente con la naturaleza, el aire libre, el descanso y la natación. Jane Austen aconsejaba el ejercicio diario, el contacto con la naturaleza y una dieta moderada como claves para una buena salud. Le gustaban los paseos al aire libre y desconfiaba de los tratamientos médicos excesivos. Sus cartas reflejan un enfoque práctico y equilibrado del bienestar físico y mental.

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Se cree que en 1815, cuando fue a cuidar a su hermano, probablemente contrajo tuberculosis. Esto se convirtió en una infección renal y finalmente en la enfermedad de Addison, que entonces era desconocida. La causa de su muerte aún se debate. Se han sugerido enfermedades, linfoma, cáncer de estómago o incluso envenenamiento, aunque este último podría adentrarse en el territorio de las teorías de la conspiración.

La amistad de Austen con el médico de su hermano le dio una buena base para una discusión precisa sobre las enfermedades: en sus novelas abundan los resfriados, el reumatismo y, por supuesto, el temido “escalofrío”.

Pero ¿cuál era el riesgo real de caminar bajo la lluvia inglesa? No falta el debate en línea sobre si la fiebre alta que experimentó Marianne Dashwood en Sentido y sensibilidad después de caminar bajo la lluvia fue mala suerte o puro drama. Tanto Jane Bennet -en “Orgullo y prejuicio”- como Marianne enfermaron tras mojarse, y esta última quedó al borde de la muerte. ¿Advertencia sanitaria o simple recurso narrativo?

Cuando Marijana se cansa del sentido común y la sensibilidad, su madre se sienta con ella toda la noche. Christine M. Demain Hammond/Biblioteca Lilli, Universidad de Indiana Los peligros del clima británico

En el contexto del siglo XIX, quedar atrapado bajo la lluvia no era un asunto menor. Hoy sabemos que por sí solo no provoca un resfriado, pero en aquella época se creía que enfriar el cuerpo podía provocar enfermedades graves. Esta preocupación estaba bien fundada: sin acceso a antibióticos o tratamientos eficaces, una infección respiratoria leve podría fácilmente convertirse en bronquitis o neumonía potencialmente mortal. Por ello, los informes de la época trataban a menudo estas situaciones con un tono dramático que, lejos de exagerar, reflejaba un miedo real a las consecuencias de la simple exposición al frío y la humedad.

William Buchan –autor de Medicina doméstica, un famoso manual médico que comenzó a circular en 1769 y se reimprimió a lo largo del siglo XIX– fue inequívoco: el clima de Gran Bretaña era un problema de salud pública. Según él, en ningún lugar el tiempo cambia tan rápido como en Gran Bretaña. Y estas variaciones, dijo, son algunas de las principales causas de los resfriados, porque interrumpen la sudoración del cuerpo.

Buchan destacó especialmente el riesgo de permanecer con la ropa mojada. No sólo por el frío, que ya de por sí ya era un problema, sino porque la humedad podía “penetrar” en el cuerpo y empeorar la situación. Incluso los más fuertes podían enfermarse: la fiebre, el reumatismo y las enfermedades graves eran comunes, incluso entre la gente joven y sana.

Por supuesto, Buchan no quería que nadie se quedara en casa por miedo a mojarse. Pero recomendó actuar rápido: cambiar lo antes posible o, si no es posible, al menos mover hasta que se seque. Lo que nunca debes hacer -aunque mucha gente lo ha hecho igualmente- es sentarse en el campo o, peor aún, dormir con la ropa mojada. Para él, éstas eran recetas seguras para la enfermedad.

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La enfermedad como recurso literario

Estas enfermedades también reflejan muchos factores sociales y de género que afectan a las mujeres. En la literatura clásica, la enfermedad es a menudo una forma que tienen los personajes femeninos de llamar la atención, expresar vulnerabilidad o incluso volverse más atractivos en su fragilidad. Las enfermedades y los accidentes pueden alterar sus vidas y cambiarlo todo, a veces para siempre.

En el siglo XIX, a muchas mujeres se les diagnosticaba los llamados “trastornos nerviosos”, término que abarcaba síntomas vagos como fatiga, ansiedad, insomnio y melancolía. Sirvió sobre todo para reforzar los estereotipos sobre la fragilidad femenina. Austen retrata los distintos matices de esta enfermedad: los teatrales “nervios miserables” de la señora Bennet en “Orgullo y prejuicio”, la pasión desbordante de Marianne Dashwood, la tranquila melancolía de Anne Elliot – la protagonista de Persuasion – y la palidez resignada de Emma Jane Fairfax en Emma Jane Fairfax.

Un hombre lleva a una mujer cuesta abajo.

Cuando Willoughby viene al rescate de Mariana y la lleva a casa, su historia da un nuevo giro. CE Brock/Wikimedia Commons

Mary Eliot, en Persuasión, recurre a fingir quejas para llamar la atención o evitar responsabilidades como el cuidado de los niños, aunque sus quejas –dolor de cabeza, fatiga, indisposición– no resultan muy creíbles ni para los personajes ni para el lector. Austen critica esta enfermedad ficticia, propia de ciertos sectores adinerados de la sociedad donde el aburrimiento y el egocentrismo se disfrazaban de malestar físico. Esta actitud crítica también surge de su experiencia personal en el cuidado de su madre, cuya salud era frágil y variable.

Entonces, ¿Marianne Dashwood casi muere por un simple toque de sentido y sensibilidad, o Austen la llevó al borde de la muerte para cambiar su destino? En sus novelas, las enfermedades y los accidentes no sólo crean drama, sino que también cambian el curso de la vida de los personajes.

En Persuasion, la grave lesión de Louise Musgrove allana el camino para otro pretendiente. Jane Bennet se resfría después de conducir bajo la lluvia, y su recuperación acerca a su hermana Elizabeth al Sr. Darcy. En las tramas de Austen, la fiebre suele preceder al gran giro romántico.

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El cuerpo como metáfora

En el mundo de Austin, el cuerpo no sólo se enferma: habla.

A través de fiebres, desmayos y resfriados, sus novelas dan forma a emociones reprimidas, tensiones de clase y desigualdad de género. La enfermedad sirve como metáfora de lo que cambia, duele o simplemente no se puede decir en voz alta. Austen no observó malestar desde el exterior: lo supo, lo experimentó y lo convirtió en literatura. Sus personajes sufren, pero también resisten.

Y siguen hablándonos hoy, con una lucidez que nunca se desvanece. Como escribió Austen, con su ironía característicamente intacta, en una carta de 1816: “Sigo bastante bien, mucho mejor de lo que nadie hubiera supuesto posible”. Podemos suponer que tal vez no solo pensaba en su salud física.

En cualquier caso, todos debemos tener cuidado de no mojarnos. O tal vez no lo hagas: si nos guiamos por las conspiraciones de Austin, una ducha podría ser lo que cambie el curso de tu vida para siempre.

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