Esclavitud digital: IA de cara oculta

Periodista ANASTACIO ALEGRIA
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¿La inteligencia artificial acabará con el trabajo? Es uno de los temas más populares en conferencias, reuniones de medios y foros políticos. La promesa de una gran empresa tecnológica del valle del silicio es clara: la futura superinteligencia artificial se encargará de realizar todo tipo de trabajos y el ser humano podrá dedicar creatividad, tiempo libre y lleno de vida. Utopía con transporte casi renacentista en la que el avance tecnológico abriría la puerta a la nueva edad de oro de la humanidad.

Sin embargo, esta narrativa triunfalista y simplificada esconde mucha realidad imponente, rara vez mencionada: millones de trabajadores anónimos mantienen la IA y las máquinas con sus esfuerzos, sufrimiento y tiempo. La inteligencia artificial no acaba con el trabajo: lo transforma, lo fragmenta y, lo que es mucho peor, lo vuelve inseguro. Detrás de cada modelo generativo, de cada asistente conversacional y de cada imagen se producen algoritmos, en millones de trabajadores invisibles cuyo trabajo es esencial para el trabajo.

Lejos de la visión edulcorada de un futuro sin esfuerzo, y que se construyó como un regalo marcado por la explotación globalizada de la mano de obra barata.

Trabajadores invisibles AI

Se trata de los llamados trabajadores de datos o “trabajadores de clic”, que se encargan de la traducción automática y, sobre todo, de la purificación de los datos oceánicos refutables que son depurados por los datos oceánicos.

Sin ellos, los algoritmos que luego se presentan como inteligentes simplemente no funcionarían.

Como explican Mary Gray y Siddhart Suri, la supuesta inteligencia artificial (IA) es inseparable de los trabajadores “detrás de la cortina”. Por su parte, John P. Nelson señala que los chatbots parecen inteligentes sólo porque cientos de miles de personas entrenan, corrigen y siguen sus respuestas.

Los chatbots que hoy reaccionan a millones de consultas diarias no son el resultado exclusivo del talento de ingenieros californianos altamente remunerados, sino de la explotación de una mano de obra masiva, dispersa e invisible.

El sociólogo Antonio Casilly es conciso: la inteligencia artificial es en realidad inteligencia de “sudor y lágrimas”. Los algoritmos no estudian solos; Se limitan a la reproducción de formas gracias al trabajo previo de millones de personas.

Según el Banco Mundial, entre el 4,4% y el 12,5% de la mano de obra mundial (o alrededor de 150 a 425 millones), participa de alguna manera en esta economía digital invisible. Google ya había evaluado en 2022 que pronto podría superar los mil millones.

Lado Oscuro: Violencia, Pornografía y Daño Psicológico

El aspecto más inquietante de este documento no es sólo un salario incierto, sino también el tipo de contenido que muchos trabajadores deben afrontar. Para que el sistema pudiera reconocer el discurso de odio, alguien tenía que leerlo, clasificarlo y marcarlo como tal. Para que la modelo aprendiera a filtrar pornografía, violencia extrema o material pedófilo, alguien tenía que verlo antes.

Miles de personas en Kenia, Filipinas, Pakistán e India pasan todo el día expuestas a las peores condiciones humanas: amenazas de violación, descripciones de torturas, asesinatos. Rebecca Tan y Regina Cabato, en el artículo del Washington Post, documentan que estas condiciones laborales extremas son sistemáticas y afectan a millones de trabajadores en todo el mundo.

Esta exposición constante genera consecuencias repugnantes: ansiedad, depresión, insomnio y, en muchos casos, trastornos de estrés postraumático que perseveran incluso años después de haber dejado sus puestos de trabajo.

El documental francés Les sacrifice (“Salivarice AI”, Henry Poulain, 2024 años) recoge impactantes testimonios de trabajadores que nunca han podido recuperarse de un daño psicológico. En muchos casos, ni siquiera tuvieron acceso a un mínimo apoyo terapéutico, porque las empresas subcontratadas que se encargan de estas tareas rara vez ofrecen apoyo psicológico. El silencio también lo imponen los contratos de confidencialidad que prohíben hablar sobre el trabajo, incluso con familiares cercanos.

Entrevista a Henry Población sobre su documental Les sacrifice de l’i. Inseguridad global y condiciones laborales

La ubicación de esta fuerza laboral no es casual. Grandes gigantes tecnológicos Outsourcing Estas tareas en empresas de países con salarios bajos y sistemas de protección social débiles. El resultado es que los trabajadores que apoyan la IA viven en contextos de máxima vulnerabilidad. Refugiados ucranianos, madres solteras en Kenia, estudiantes en India o prisioneros en cárceles finlandesas: todos ellos forman parte de una cadena de producción global que opera en perfectas condiciones y que las empresas los emplean para evitar regulaciones laborales y obligaciones sociales.

La gran mayoría gana entre 2 y 9 dólares diarios, trabaja desde casa, aislado, sin contacto con compañeros ni supervisión eficiente, convertido en una parte de goma de la máquina movida.

Se trata de un “proletariado digital”, con nuevas formas, la vieja lógica del colonialismo económico: los beneficios se acumulan en el valle del silicio, mientras que los costes humanos se distribuyen en lugares como Nairobi, Bangalore o Manila.

Vegetación: Imagen, Vestíbulo y Cubierta

Las empresas que lideran una revolución dedican enormes recursos para mejorar su imagen pública. Por ejemplo, Openai gastó casi dos millones de dólares en actividades de lobby en 2024. años.

El mensaje que han difundido: la IA es el resultado de la innovación científica y la inversión visionaria de un puñado de emprendedores audaces. Sin embargo, nada se trata de millones de trabajadores que apoyan esta construcción en la sombra. Henry Poulain, lo clasifica a grandes rasgos en su documental: frente a “el lugar del siglo”.

Una visión general que actúa sólo porque estos trabajadores invisibles permanecen fuera de la luz mediática y porque su peso social, aunque creciente, todavía marginal en el sentido estadístico.

Pero el globo podría ser generalizado: según su uso y su pluralidad, el número de personas atrapadas en esta economía da datos diabólicos.

Longevidad, altruismo efectivo y justificación moral.

Uno de los elementos ideológicos que sirve de coartada a esta situación es el llamado de larga duración. Esta corriente filosófica, muy relacionada con el llamado altruismo eficiente, se presenta como un ejemplo paradigmático de cómo ciertas élites tecnológicas utilizan el futuro como coartada para ignorar el presente.

Los defensores de esta visión, encabezados por el controvertido filosófico Nick Bostra, que ha sido la prioridad de la humanidad en el largo plazo, afirman que es realmente importante garantizar a la humanidad en miles, como señalamos, como señalamos, como subrayamos, como señalamos que lo permitirá.

Según esta perspectiva, el valor moral del futuro sería inmensamente mayor que cualquier preocupación inminente, por lo que problemas existentes como la pobreza, la desigualdad o la explotación laboral regresan. El altruismo efectivo, en este contexto, se convierte en una herramienta intelectual para justificar políticas y decisiones que priorizan falsas ventajas futuras en las que los costos humanos y sociales están presentes. La fórmula es bien conocida: el fin justifica los medios.

Esta forma de pensar afectó significativamente a la mayoría de los líderes tecnológicos de Silicon Valley. El problema es obvio: bajo esta lógica, millones de trabajadores invisibles pueden ser sacrificados en nombre de las generaciones futuras, e incluso pueden existir garantías reales de que este futuro utópico se logrará.

Desmantelar

La narrativa triunfalista de la IA debe ser desmantelada. No basta con apelar al progreso técnico o permitir la innovación retórica introducida. Detrás de los sobornos de la inteligencia artificial, millones de personas sufren explotación, daño psicológico y salarios de pobreza. También hay un planeta que soporta los costos de la industria energética de protección del medio ambiente.

La inteligencia no está en las máquinas: en ellas, en las personas que las entrenan, las controlan y las mantienen. Lo que es artificial no es la inteligencia, sino el disfraz que oculta las relaciones de poder y explotación sobre las que se construyó esta tecnología.

La verdadera pregunta no es si él también terminará el trabajo, sino si estaremos dispuestos a poner fin a la corrección que ha permitido hoy. Si queremos un futuro justo, la innovación tecnológica debe ir acompañada de transparencia empresarial, regulaciones políticas, protección del trabajo y reflexión ética colectiva. De lo contrario, lo que nos espera no es un paraíso tecnológico tantas veces prometido, sino que la distopía se construyó sobre quienes sacrifican la inteligencia artificial.


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