Una termita subterránea como Reticulitermes Grassei nunca construirá un montículo de termitas de una especie que anida en la madera como Calotermes flavicollis. Ni la cigüeña construirá un nido para palomas, ni la abeja hará un panal para avispas. No se debe enseñar a una cebra a huir de una leona, ni a un ñu de un cocodrilo.
Estos son comportamientos no aprendidos y forman parte del repertorio innato de cada especie. Están controlados por genes y, por tanto, se heredan. Surgen de forma automática cuando aparece un estímulo concreto, y todos los individuos de la especie reaccionan de forma prácticamente idéntica.
Señales que seducen (y a quién)
Las diferencias anatómicas, fisiológicas y de comportamiento entre ambos sexos atraen al sexo opuesto. Las hembras de pavo real se “enamoran” del abanico de plumas del pavo real, pero las gallinas son insensibles a él. Se han descrito hasta 14.000 cantos diferentes en aves: cada especie tiene su propio “lenguaje musical”. Para las hembras, el canto del macho de su especie es un afrodisíaco, y el canto de otro macho es irrelevante.
La melena de un león atrae a las leonas, pero no a las tigresas. Además, se ha descrito que la longitud de dicho pelaje está asociada con el éxito en la competencia con otros machos y con la vida reproductiva esperada del ejemplar que lo porta. También se observó que sus descendientes tenían una mayor tasa de supervivencia.
El lomo plateado del gorila aparece después de una liberación significativa de testosterona, indica madurez sexual y liderazgo, y es irresistible para las hembras de gorila, pero no para las hembras de chimpancé.
El lomo plateado del gorila está asociado con la liberación de testosterona. Wikimedia Commons., CC BI
Los órganos que emiten señales en los machos coevolucionan con los órganos receptores que tienen las hembras de la especie al unísono: emiten señales, desarrollan sentidos que las interpretan y reaccionan en función de esas señales. Si la evolución coordinada de los dos sexos se descompone, la especie acaba extinguiéndose, algo que ha ocurrido innumerables veces a lo largo de la evolución.
También se da el caso de que a veces estos sistemas no son perfectos. Un león puede rugir fuerte, tiene una melena magnífica y defiende con éxito su territorio, pero tiene una fertilidad reducida debido al bajo recuento de espermatozoides o incluso a la esterilidad si no hay espermatogénesis. La apariencia no siempre se correlaciona exactamente con la salud reproductiva.
Feromonas de control remoto
Además de los estímulos visuales y auditivos, existe otro lenguaje químico: las feromonas. Las feromonas sexuales son moléculas que uno de los sexos libera al ambiente y que no son visibles, pero sí detectadas por el sexo opuesto, y funcionan como seductoras.
También son específicos de cada especie, favoreciendo así el aislamiento reproductivo: impiden que las hembras de una especie respondan a las feromonas emitidas por los machos de otra, lo que supondría un gasto inútil de energía, ya que, de producirse, la cópula no sería productiva. Están muy extendidos en el reino animal, mostrando un origen evolutivo muy antiguo.
nosotros la gente
Nuestra especie no puede escapar completamente de nuestra propia biología: estamos constantemente emitiendo y decodificando señales. Por ejemplo, las secreciones de las glándulas areolares de la madre estimulan el reflejo de succión en los bebés humanos. Se ha demostrado que los bebés responden a su olor incluso antes de ser alimentados. Provocan respuestas como la orientación de la cabeza y los movimientos orales en el bebé, facilitando la localización del pezón y el reflejo natural de succión.
Por otro lado, la androstadienona, una posible feromona humana derivada de la testosterona que se encuentra en el sudor, el semen y otros fluidos corporales masculinos, parece estar implicada en la atracción sexual, aunque su efecto depende del contexto.
Como ocurre con otras especies, respondemos a estas señales, aunque dentro de nosotros se suma una complejidad extraordinaria: la que nos proporciona la cultura, esa otra naturaleza que poseemos.
El tiempo no pasa en vano.
De la misma manera que un león envejecido pierde parte de su melena y resulta menos atractivo para el sexo opuesto, existen signos en los humanos que muestran una pérdida de poder reproductivo. Un ejemplo evidente es la simetría facial, que suele asociarse con la belleza y la salud. Con la edad, el rostro refleja el paso del tiempo y esa percepción de atractivo disminuye. A ello también contribuyen la pérdida de tersura de la piel y la relajación muscular.
De alguna manera el envejecimiento envía señales de que nuestro potencial reproductivo está disminuyendo. A todo ello se suman otros factores: la expresión, la voz, los recursos que posee cada individuo o la salud que proyecta.
Catherine Hakim, en su libro Capital erótico: el poder de fascinar a los demás, analiza cómo estos aspectos afectan la percepción del atractivo. En los humanos, el cortejo y la selección de pareja combinan instintos, feromonas y cultura en una mezcla compleja y variable según el contexto social.
Es fascinante pensar que detrás de cada persona que nos atrae hay millones de años de evolución y siglos de cultura compartida, organizados en lo más profundo de nuestro ser.
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