La IA no mejora las notas y amplía la brecha entre buenos y malos alumnos

Periodista ANASTACIO ALEGRIA
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La inteligencia artificial (IA) tiene el potencial, nos dicen sus defensores, de democratizar el conocimiento y personalizar el aprendizaje. Con planes de viaje diseñados específicamente para cada estudiante en función de sus objetivos y necesidades, esta herramienta, bien utilizada, puede resultar revolucionaria.

¿Pero cuál es su impacto actual? ¿Ayudas a los estudiantes a mejorar su rendimiento académico? Bueno, según nuestro estudio reciente de más de 200 estudiantes universitarios, la respuesta sugiere que, por ahora, ese no es el caso. La inteligencia artificial ha transformado la forma en que los jóvenes se preparan y aprenden, pero su impacto en el rendimiento académico es limitado y no necesariamente positivo.

La IA como compañero de estudio

La mayoría de los estudiantes utilizan herramientas de inteligencia artificial para resolver problemas, resumir textos o generar ideas. Pero lo hacen de maneras muy diferentes.

El estudio revela tres perfiles de uso:

Perfil estratégico y funcional. Utilizan la inteligencia artificial como herramienta para optimizar el aprendizaje, una mejor gestión del tiempo, acceder a más información y mejorar la productividad, aunque no necesariamente esperan un impacto directo en las calificaciones. Representa el 41,18% del total.

Perfil instrumental y resolutivo. Refleja un uso claramente utilitario, enfocado a reducir el esfuerzo. Aquellos en este grupo aprecian la velocidad y conveniencia que ofrece la IA, pero tienden a tener una comprensión más superficial de su potencial educativo. 23,53% de ellos

Perfil cognitivo y de investigación. Incluye estudiantes que utilizan inteligencia artificial con orientación al aprendizaje. Utilizan estas herramientas para profundizar en el contenido, mejorar su comprensión y desarrollar nuevas habilidades. No quieren ahorrar tiempo, sino aprender mejor: son el 35,29%.

Esta segmentación muestra que la IA refuerza las diferencias entre los estudiantes: los que ya tienen buenos hábitos de estudio la utilizan para aprender más, mientras que los que no quieren utilizarla para reducir su carga de trabajo.

Aprender más rápido no es aprender mejor

El 70% de los estudiantes encuestados afirma que la inteligencia artificial les ayuda a “aprender más rápido”. Sin embargo, este ahorro de tiempo no se traduce en una comprensión más profunda de los conceptos.

Las respuestas son inmediatas, pero también fomentan un aprendizaje mucho más superficial. Los estudiantes nos dicen que su uso más común es “comprender un tema sin leerlo todo” o “resumir lo importante en unas pocas líneas”. Es decir, las herramientas de inteligencia artificial acortan el camino, pero también el proceso que da sentido al aprendizaje.

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La brecha digital en el aula

De esta manera, lejos de igualar oportunidades, esta herramienta puede ampliar la brecha educativa. Por ejemplo, vimos que entre los estudiantes con mejor rendimiento, el 72 % dice que siempre revisa o compara información generada por IA. Entre los de peor desempeño, sólo el 28% lo hace.

El resultado es un sistema de aprendizaje desigual: los más críticos convierten a la IA en una aliada, mientras que los menos preparados la utilizan como atajo.

Una nueva cultura del esfuerzo

La relación emocional con el aprendizaje también cambia. Algunos estudiantes argumentan que “ya no vale la pena devanarse los sesos si la IA puede explicártelo mejor”.

A esta afirmación se suman respuestas como “ya está hecho para usted” o “no piense más”. Esta percepción, especialmente presente en el grupo instrumental y decisorio, que constituye el 23,53% de los estudiantes encuestados, muestra que el esfuerzo ya no se identifica como parte del proceso formativo. En este contexto, afrontar dificultades, cometer errores o intentarlo varias veces empieza a verse como un obstáculo ineludible en un entorno cada vez más automatizado.

Así, la inteligencia artificial reduce la frustración, pero también el valor de los errores de aprendizaje. En este sentido, el desafío para la educación superior ya no es sólo enseñar contenidos, sino preservar un sentido de esfuerzo versus inmediatez.

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¿Qué pueden hacer los profesores?

Prohibir el uso de herramientas de inteligencia artificial no es una opción realista. El desafío en el aula es guiar a los estudiantes hacia un uso crítico, ético y responsable de estas herramientas. La alfabetización digital no consiste sólo en utilizar herramientas, sino también en saber preguntar, comparar y evaluar la fiabilidad de las respuestas.

También será necesario revisar el método de evaluación. Si la IA puede escribir un texto o resolver un caso práctico, será necesario diseñar actividades que valoren cuestiones como la reflexión, la creatividad y la aplicación del conocimiento más allá del contenido.

Más aprendizaje humano

La inteligencia artificial llegó para quedarse, pero su integración en la educación superior debe ser pedagógica y consciente. Es recomendable que propongas actividades que inviten a comparar las respuestas generadas por la IA con otras fuentes de información y a detectar errores o inconsistencias en sus explicaciones.

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Esto no sólo fortalece habilidades clave como la capacidad de debatir, sino que también fomenta el pensamiento crítico sobre la tecnología. Aprender a identificar sesgos o respuestas incorrectas y poder corregirlos será tan importante como saber hacer una buena pregunta.

Por tanto, el valor de la inteligencia artificial dependerá de cómo se utilice: como sustituto del pensamiento o como acelerador de nuevas formas de aprendizaje. Puede facilitar el acceso al conocimiento, pero sólo la inteligencia humana convierte la información en comprensión.


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