La política anti-mujeres en Estados Unidos: un laboratorio reaccionario que debemos monitorear

REDACCION USA TODAY ESPAÑOL
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Los arrebatos de Donald Trump rápidamente se vuelven virales, como sucedió cuando llamó a un periodista que le preguntó sobre su relación con Jeffrey Epstein. Luego insultó a otro periodista.

Estos dos episodios dieron la vuelta al mundo. Y es normal que así fuera porque no se trata de anécdotas aisladas, sino de una estrategia que utiliza la misoginia para silenciar las críticas.

Prestamos mucha atención a los cambios escandalosos (que lo son), pero menos profundos, que se están produciendo silenciosamente en Estados Unidos contra el bienestar de las mujeres como parte de una ofensiva autoritaria y patriarcal.

Aumento de la mortalidad materna e infantil

En primer lugar, el cierre de los servicios de salud reproductiva provocó un aumento de la mortalidad materna e infantil en los estados que introdujeron prohibiciones; La evidencia muestra que las restricciones tienen un impacto directo en la vida y la salud de las madres

En 2022, al anular Roe v. Wade –que reconoció el derecho constitucional al aborto en 1973–, la Corte Suprema de Estados Unidos eliminó las protecciones constitucionales para el derecho al aborto, dejando a cada estado con el poder de prohibirlo. Desde entonces, una docena de estados han promulgado prohibiciones casi totales, cerrando clínicas de aborto y eliminando servicios de salud reproductiva en grandes regiones del país.

Estos cierres no sólo afectan el acceso al aborto, sino también la atención prenatal, la anticoncepción, la detección del cáncer y el manejo de las complicaciones del embarazo.

Un análisis del Gender Policy Institute muestra que las mujeres que viven en estados con prohibiciones del aborto tienen casi el doble de riesgo de morir durante el embarazo, el parto o el período posparto que aquellas que viven en estados donde el aborto es legal.

Texas, que instituyó una prohibición casi total, ofrece un ejemplo extremo. En el primer año de implementación de la medida, la mortalidad materna aumentó un 56%, con profundas disparidades raciales: las mujeres negras tenían una tasa de mortalidad materna 2,5 veces mayor que la de las mujeres blancas.

Esto va acompañado de un aumento de la mortalidad infantil. En Texas, la mortalidad infantil aumentó un 13% en el año posterior a la prohibición, con un aumento de las muertes atribuibles a defectos congénitos graves, lo que sugiere que muchos embarazos que antes se interrumpían por razones médicas ahora llegan a término, con consecuencias fatales.

Deterioro de la esperanza de vida.

Las desigualdades en el acceso a la salud han afectado la esperanza de vida de las mujeres negras, particularmente en los estados segregados, rurales y del sur, donde la inseguridad sanitaria se superpone con el racismo estructural.

Aunque varios análisis muestran que la esperanza de vida de la población negra es sistemáticamente inferior a la de la población blanca, las mejoras en este ámbito se han estancado.

Al observar la situación de las mujeres negras en condados rurales y estados históricamente segregados, varios estudios muestran que su esperanza de vida promedio oscila entre 72,5 y 74,9 años, por debajo de los más de 80 años que alcanza en promedio la población femenina blanca.

Organizaciones como Black Women’s Health Imperative han documentado cómo la combinación de prejuicios raciales en la atención, la falta de seguro médico, tasas más altas de enfermedades crónicas y barreras para viajar para recibir atención conducen a muertes evitables y años de vida reducidos.

Análisis como los de la Asociación Nacional para Mujeres y Familias documentan cómo las sucesivas administraciones de Trump han promovido la eliminación de programas destinados a promover la igualdad. Por ejemplo, la abolición de los programas de apoyo a la reconciliación expulsó a cientos de miles de mujeres del mercado laboral o a empleos más precarios, revirtiendo los avances logrados en la protección contra la discriminación en el trabajo.

El eje central de este retroceso ha sido la eliminación o vaciamiento de los programas federales de igualdad de género. La reinterpretación de normas como la Orden Ejecutiva 11246 –que exigía a los contratistas federales implementar programas de acción afirmativa– junto con órdenes que paralizaban los esfuerzos para promover la igualdad, llevaron a la eliminación de mecanismos que promovían el empleo de mujeres y minorías en sectores estratégicos.

La calidad de vida de las familias de bajos ingresos -incluido un alto porcentaje de mujeres solteras- se ha visto afectada por los recortes de subsidios que se suponía debían cumplir con la Ley de Vivienda Justa. Investigaciones periodísticas muestran que la Casa Blanca ha ordenado el fin de las ayudas otorgadas por el Departamento de Vivienda a organizaciones sin fines de lucro encargadas de investigar denuncias de discriminación en alquileres e hipotecas. Los recortes a esta financiación dejan a muchas comunidades indefensas frente a desalojos injustos, cláusulas abusivas o discriminación por motivos de género, raza y discapacidad.

Otras áreas de declive

También se han recortado los fondos para apoyar programas para víctimas de violencia de género y trata de personas. Un informe del Centro Brennan para la Justicia describe la cancelación de cientos de millones de dólares en subvenciones, incluidos programas que brindan servicios a los afectados.

A su vez, el análisis del Consejo de Justicia Penal describe cómo estos recortes también afectan la formación de enfermeras forenses que atienden a víctimas de violencia sexual.

Los recortes se combinan con cambios regulatorios y más condiciones para la concesión de ayudas. La revista New Republic documenta cómo se están imponiendo las nuevas reglas a los receptores de fondos federales, prohibiendo la asignación de fondos a programas que abordan la violencia como un problema estructural.

Paralelamente, se impulsaron medidas que limitaban el derecho al voto. El Centro Brennan para la Justicia, que supervisa la legislación electoral, advierte que varias iniciativas buscan imponer requisitos más estrictos para la prueba de ciudadanía e identificación, lo que privaría de sus derechos a millones de votantes que no tienen un pasaporte o certificado de nacimiento actualizado.

Estos requisitos podrían afectar a las mujeres que han cambiado de apellido tras casarse o divorciarse, ya que muchas no tienen documentos que coincidan con su nombre legal actual: se estima que hasta 69 millones de mujeres se encuentran en esta situación.

Organizaciones como el Fondo de Defensa Legal de la NAACP y la ACLU presentaron órdenes administrativas ante el tribunal que buscaban presentar evidencia adicional de reclamos de ciudadanía.

Estos cambios se suman a las reducciones en oficinas, horarios y recursos para la votación anticipada o por correo, lo que dificulta el acceso al voto para quienes enfrentan más tiempo, movilidad y atención (como las cuidadoras o los trabajadores con múltiples empleos) y son parte de una tendencia más amplia de debilitar el legado de la Ley de Derecho al Voto.

La experiencia estadounidense muestra que las políticas regresivas tienden a perjudicar a los sectores más vulnerables, especialmente a las mujeres de bajos ingresos.

Myren Gutiérrez no recibe remuneración, no consulta, posee acciones ni recibe financiamiento de ninguna empresa u organización que pueda beneficiarse de este artículo, y declara que no tiene afiliaciones relevantes distintas al puesto académico mencionado anteriormente.


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