La revolución la inició Francisco Suárez, el primer artífice del Estado de derecho

REDACCION USA TODAY ESPAÑOL
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A principios del siglo XVII, un jesuita español transformó el pensamiento político y jurídico europeo. Francisco Suárez (1548-1617), el más famoso sucesor de la escuela salmantina, sistematizó y reelaboró ​​sus ideas, proyectándolas hacia la modernidad.

En la época de las monarquías absolutas y las guerras religiosas, defendió que el derecho no nace de la fuerza, sino de la razón; que la soberanía pertenece al pueblo y que la libertad humana es el fundamento de la justicia. Suárez fue, en cierto modo, el primer arquitecto del Estado de derecho.

En su Tratado de leyes declaró que “la libertad es un don inseparable de la naturaleza racional del hombre”. Rompió entonces con la visión medieval del ser humano como sujeto de voluntad divina. Para él, la razón humana puede descubrir por sí sola el orden moral. La libertad no es dada, sino poseída por la naturaleza. De esta idea se deriva el principio moderno que Immanuel Kant formularía un siglo y medio después cuando afirmó que “la autonomía de la voluntad es el principio supremo de la moral”.

Este concepto de libertad es la raíz de su concepción jurídica. Suárez redefine el derecho como “una capacidad moral que corresponde al individuo como persona libre”. El derecho deja de ser un conjunto de normas impuestas desde fuera y pasa a ser el poder legítimo de un sujeto racional. Esta innovación, el derecho subjetivo -la transición del derecho como orden al derecho como facultad- será la semilla del concepto moderno de derechos humanos.

El filósofo inglés John Locke defiende esto al afirmar que “cada hombre tiene una propiedad sobre su propia persona”, y esto está plasmado en la ideología kantiana: “El hombre no tiene precio, sino dignidad”.

Un sistema legal para cubrirlos a todos

Suárez construye su sistema legal sobre estos cimientos. En su Tratado de leyes distingue entre ley eterna, ley natural, ley humana y ley divina positiva. Pero su gran innovación consiste en entenderlos no como un orden jerárquico y estático, sino como expresiones armonizadas de una misma razón.

“El derecho humano”, dice, “es la participación del derecho natural en la razón práctica del hombre. Así, la legitimidad de una norma civil no depende de su naturaleza religiosa, sino de su racionalidad. El jurista y escritor holandés Hugo Grocio retoma esta idea cuando afirma que el derecho natural “sería válido incluso si Dios no existiera”.

Imagen negativa de un dibujo de Francisco Suarez que forma parte de la colección Harris & Ewing. División de Grabados y Fotografías de la Biblioteca del Congreso

Para Suárez, la ley natural es “la opinión de la recta razón que demuestra que un acto es conforme a la naturaleza racional, y por tanto a la ley eterna”. El énfasis en el papel fundamental de la razón presupone una transición a la moralidad universal. Con él nació el concepto moderno de derecho subjetivo.

En relación con el pensamiento jurídico internacional, define el derecho de gentes como “el consenso del género humano”. Al entender la paz como fruto de un acuerdo racional y no de una imposición religiosa, Suárez abre el camino para la diplomacia moderna y la noción de una comunidad internacional. En Sobre las tres virtudes teológicas sostiene que “la guerra es justa sólo cuando se ordena para reparar un daño y es declarada por una autoridad legítima”. Kant seguirá esa línea cuando diga que “ningún Estado debería interferir violentamente en la constitución y el gobierno de otro”. Los dos pensadores coinciden a la hora de subordinar la fuerza al derecho.

soberanía nacional

En el campo político, el pensamiento de Suárez no fue menos revolucionario. En defensa de la fe católica, argumentó que “Dios no da el poder político a un hombre en particular, sino al pueblo en su conjunto”. El poder, por tanto, proviene de la comunidad, que lo delega para el bien común. Esta tesis influiría en los filósofos Thomas Hobbes (que lo interpreta como un pacto de obediencia), Locke (que lo ve como una delegación revocable) y Jean-Jacques Rousseau (que lo ve como una expresión de la voluntad general).

Suárez enfatizó que la soberanía popular es el fundamento de toda legitimidad: “El poder se encuentra radicalmente en el pueblo, quien lo transfiere a los gobernantes para el bien común. Por eso mismo, si el gobernante abusa de ese poder, el pueblo se reserva el derecho de retirarlo y en casos extremos cumple con el deber ciudadano de restituirlo”.

La difusión de sus ideas fue sorprendente. Aunque la Facultad de Teología de París y Jaime I condenaron y quemaron sus obras en 1614 y 1615, sus tratados circularon ampliamente en las universidades reformadas. Uno de los juristas más importantes del siglo XVII en Holanda, Arnold Vinio, admitió que nadie explicaba mejor las leyes divinas que Francisco Suárez.

El suarismo inspiraría más tarde a los juristas alemanes. Según el historiador del pensamiento político Richard Tuck, “la influencia de Suárez en el pensamiento protestante” fue “la semilla del individualismo político moderno”.

Más allá del océano

Pero las ideas de Suárez no se limitaron al ámbito continental; También cruzaron el Atlántico. El principio de soberanía inspiró la revolución liberal y los movimientos independentistas americanos, que vieron en Suárez un precedente del derecho a rebelarse contra la tiranía. Su huella está presente en los puritanos de Nueva Inglaterra —como John Cotton y Roger Williams— y, más tarde, en los libertadores latinoamericanos, desde Francisco de Miranda hasta Simón Bolívar.

Como señala el filósofo político Leo Strauss, “la modernidad política nace del intento de racionalizar el orden suaretiano: preservar la forma del derecho natural, eliminando su referencia teológica. Suárez es el último teólogo del cristianismo y el primer jurista de la razón moderna”.

La obra de Suárez es una demostración de que la modernidad no surgió en oposición a la escolástica, sino a partir de ella. Su racionalismo jurídico y su creencia en la libertad anticipan los principios del Estado constitucional moderno.

Cuando los límites del poder a veces se desdibujan, se cuestiona la legitimidad de algunas leyes y el uso de la fuerza prevalece sobre la razón discursiva, regresar a los escritos de Suárez es una invitación a recordar cuáles son los fundamentos del Estado de derecho, qué papel juega el ciudadano en su relación con el poder político y cómo las relaciones entre los diferentes Estados no pueden ser ignoradas por la resolución pacífica de los conflictos legales.

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Este artículo fue creado como resultado de la colaboración con la Fundación Ignacio Larramendi, institución que desarrolla proyectos relacionados con el pensamiento, la ciencia y la cultura en América Latina con el objetivo de hacerlos accesibles al público en general.

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