Las desigualdades se ven exacerbadas por las pandemias y viceversa: ¿cómo podemos romper este círculo vicioso?

REDACCION USA TODAY ESPAÑOL
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Las pandemias exacerban las desigualdades, y las desigualdades hacen que las sociedades sean más vulnerables a las pandemias. Ésta es la principal conclusión de un informe publicado en noviembre por el Consejo Mundial sobre Desigualdades, SIDA y Pandemias, vinculado al Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/SIDA (ONUSIDA).

El documento muestra que las desigualdades no son sólo resultado de las crisis sanitarias, sino que también contribuyen a hacerlas más frecuentes, mortales y prolongadas. La evidencia recopilada revela un círculo vicioso: las desigualdades internas y globales aumentan la vulnerabilidad de las sociedades. Y las pandemias amplifican estas mismas desigualdades, una dinámica que se observa en emergencias como la covid-19, el VIH/SIDA, el ébola, la influenza y la viruela.

Mi participación en este foro, coordinado por Joseph Stiglitz, Monica Geingos, Michael Marmot y Vinny Bianjima, contribuyó a expresar la visión de Brasil y a pensar con otros países sobre los desafíos futuros.

Los datos del informe muestran que, en el caso del Covid-19, alrededor de 165 millones de personas fueron empujadas a la pobreza entre 2020 y 2023, mientras que la riqueza de los más ricos aumentó un 27,5 por ciento en los primeros meses de la pandemia. Con aportes de diversos especialistas, el documento refuerza la urgencia de abordar las raíces sociales de las crisis sanitarias.

Menos recursos, más probabilidades de morir

Los determinantes sociales de la salud son uno de los ejes principales del informe. La educación, los ingresos, la vivienda y las condiciones ambientales definen los grupos más afectados por las emergencias.

En Brasil, según un informe de ONUSIDA, las personas sin educación primaria tenían hasta tres veces más probabilidades de morir a causa de Covid-19 que aquellas con educación superior. Las poblaciones negras, indígenas, de favelas y suburbanas también experimentaron mayores tasas de infección y muerte. Casos similares se repitieron en otros países. Según los datos, la densificación urbana y el hacinamiento en las viviendas han aumentado la mortalidad en Inglaterra.

Acceso a las vacunas

Las desigualdades entre países también aumentan la vulnerabilidad. Cuando los países de bajos ingresos no tienen acceso a vacunas, diagnósticos o recursos fiscales, todo el planeta está en riesgo. En 2021, sólo diez países representaron el 75% de las dosis administradas contra el Covid-19, dejando al mundo entero vulnerable a la aparición de variantes.

Seis meses después de que se aprobaran las vacunas, los países de altos ingresos tenían dosis suficientes para cubrir al 90% de sus poblaciones prioritarias, mientras que los países de bajos ingresos tenían suficientes dosis para inmunizar al 12% de esos grupos.

Un informe de ONUSIDA estima que esta desigualdad puede haber causado 1,3 millones de muertes evitables. En contraste con la práctica del llamado nacionalismo de las vacunas, el concepto de seguridad sanitaria se redefine sobre la base de una interdependencia radical, que debe reflejar la coordinación de los preparativos para ampliar el acceso. La descentralización de la investigación y el desarrollo y la producción e innovación de productos sanitarios son partes esenciales de este proceso.

Gestión desastrosa

Brasil fue uno de los países más afectados por el Covid-19. En marzo de 2022 representaba el 10,7% de las muertes, aunque representaba el 2,7% de la población mundial. La proporción es cuatro veces mayor que el promedio mundial.

Esto no se debió sólo al virus, sino también a la desastrosa gestión de la pandemia, que desalentó medidas preventivas, retrasó acciones como la compra de vacunas, difundió desinformación y negaciones científicas, y aún necesita ser revisada profundamente para reflexionar sobre la responsabilidad.

Si la región no está protegida de los riesgos para la salud, ninguno lo estará. Teniendo en cuenta estos hallazgos, el informe de ONUSIDA enfatiza que las respuestas sensibles a la desigualdad, con acciones intersectoriales y comunitarias, son más efectivas que las estrategias puramente biomédicas para romper el ciclo.

Recomendaciones

Prepararse para futuras situaciones de emergencia requiere sistemas de salud resilientes, gestión calificada e inversión continua en políticas sociales, ciencia, tecnología e innovación. Hoy se reconoce que fortalecer la producción local y regional de vacunas, pruebas de diagnóstico, medicamentos y otros insumos es una forma esencial de garantizar el acceso a los recursos sanitarios.

El informe de ONUSIDA hace algunas recomendaciones a este respecto. El primero es abordar las barreras financieras globales, con propuestas como la renegociación de la deuda de los países vulnerables y mecanismos automáticos de financiación de emergencia, evitando políticas de austeridad que reduzcan el gasto social.

El segundo es la inversión en determinantes sociales: protección social, educación, vivienda, trabajo digno y reducción de las desigualdades regionales. Fortalecer la producción local de tecnologías sanitarias, tratar los conocimientos esenciales como un bien público y, de acuerdo con lo establecido en la Declaración de Doha de 2001, entender que el derecho a la propiedad intelectual no puede prevalecer sobre el derecho a la salud y a la vida es la tercera recomendación.

Y por último, pero no menos importante, es necesario construir una gobernanza multisectorial que integre al Estado, la ciencia, las comunidades y las organizaciones de la sociedad civil.

A partir de 2023, la continuación de la política social permitió a Brasil participar en la construcción de ese entendimiento expresado en el informe. Fortalecer el Sistema Único de Salud, junto con la recuperación de la vacunación, fortalecer el Complejo Económico-Industrial de Salud, la atención primaria y especializada, junto con el fortalecimiento de los programas sociales, entre otras acciones, reduce la vulnerabilidad.

Solidaridad global para romper el ciclo de desigualdad y pandemia

La política exterior brasileña actúa en la misma dirección: en el G20, en los BRICS y en la COP30. El país ha impulsado una acción integrada entre clima, salud y desigualdad, junto con iniciativas como la Alianza Global Contra el Hambre y la Coalición Mundial para la Producción, la Innovación y la Equidad Local y Regional, además de fortalecer el Acuerdo sobre Pandemia de la OMS.

Las recientes discusiones del G20, incluida la cumbre de noviembre en Sudáfrica, muestran avances en el reconocimiento de los temas centrales del informe, particularmente en relación con la deuda, la producción regional y las desigualdades.

Tales pasos son importantes para mejorar las recomendaciones estructurales del documento, poniendo en la agenda, entre otros temas, la deuda de los países y su canje por inversiones en salud, protección social y la revisión del sistema existente de propiedad intelectual. Hay dificultades en el camino, como la ausencia de Estados Unidos del Acuerdo sobre Pandemia y la persistencia del negacionismo científico, que está presente no solo en sectores de la población, sino también en las políticas públicas de algunos países.

Romper el ciclo de desigualdad y pandemia es un imperativo ético y práctico para garantizar la seguridad sanitaria mundial. La dimensión biológica de las pandemias es obvia, pero se siguen subestimando las dimensiones social, política y fiscal. Ignorar la desigualdad prolonga los riesgos de futuras emergencias sanitarias e impide que enfermedades como el SIDA y la tuberculosis finalmente se superen.

El mundo tiene una oportunidad decisiva, con los resultados de la COP30 y los programas en curso del G20 y la OMS. El informe muestra que invertir en capital genera resiliencia y que el fracaso tiene un alto costo, tanto en la economía como, sobre todo, en vidas humanas.

Necesitamos solidaridad global y un compromiso con el progreso social para transformar las economías y lograr la salud para todos, antes de que una nueva pandemia nos recuerde una vez más el costo de la inacción.


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