Cada año en el mundo más de 2 millones de personas padecen cáncer de mama. Aunque puede afectar a ambos sexos, es mucho más común en mujeres; De hecho, es el tipo de cáncer más común en la población femenina.
Gracias a los avances de la medicina, muchos pacientes superan la enfermedad, pero tienen que afrontar cambios físicos, psicológicos, sociales, familiares y laborales que les obligan a llevar una nueva vida en pocas semanas.
Y en caso de pasar por quirófano, hay que sumarle una cicatriz interna: el miedo a levantar pesas con las manos y realizar actividades cotidianas. ¿Está justificado ese miedo?
Miedo al linfedema
Limitar el uso del brazo tras la cirugía de cáncer de mama ha dificultado la recuperación de estas pacientes durante décadas. Su supuesta justificación fue la posibilidad de que los tratamientos oncológicos pudieran dañar el sistema linfático, que podría entenderse como un sistema circulatorio independiente (a través de sus canales, vasos y capilares, distribuidos por todo el cuerpo, circula la linfa).
En determinadas zonas, como la axila, encontramos ganglios linfáticos, un tipo de pequeñas células que depuran la linfa eliminando sustancias que deben ser eliminadas del organismo. Además, estos ganglios están asociados con el sistema inmunológico. En algunos casos, se ven afectados por un tumor y es necesario extirparlos, lo que afecta la circulación del sistema linfático. En otros casos, la radioterapia en la zona también puede alterar esta circulación, aumentando el riesgo de linfedema.
El linfedema es una acumulación de líquido (linfa) en las extremidades superiores, que provoca síntomas como dolor y pesadez, así como cambios en la función y apariencia del brazo.
Siempre se ha creído que la actividad de las extremidades superiores aumenta el riesgo de desarrollar linfedema, por lo que se recomienda no utilizarlo. Por ejemplo, en los años 70 se aconsejaba evitar cualquier ejercicio que aumentara el flujo sanguíneo, y en los 80 había una larga lista de cosas que la paciente no podía hacer con el brazo.
Del “reposo oncológico” al movimiento como motor de la recuperación
Estas prohibiciones se sumaban a la receta del descanso, cuyo objetivo era aliviar el cansancio. De hecho, el primer estudio sobre los beneficios del ejercicio aeróbico en pacientes con cáncer, y concretamente en mujeres con cáncer de mama, no se publicó hasta 1989.
A principios del siglo XXI comenzaron a aparecer publicaciones relacionadas con los posibles beneficios del ejercicio sobre la función física y el peso corporal de los pacientes. Además, caminar durante la quimioterapia o la radioterapia pareció aliviar la fatiga. Actualmente, las principales organizaciones contra el cáncer sugieren que la actividad física debería ser parte del tratamiento del cáncer.
Las principales guías de oncología recomiendan ejercicios físicos adaptados a las pacientes con cáncer de mama desde el momento del diagnóstico y durante todo el tratamiento de la enfermedad. Pekels ¿Qué ejercicio se puede hacer después de una cirugía de cáncer de mama?
Se recomienda tanto el entrenamiento aeróbico como el de fuerza antes, durante y después del cáncer de mama, incluidos los ejercicios con pesas en las extremidades superiores. Muchos estudios demuestran que esta actividad no sólo es segura, sino que también mejora los síntomas en pacientes que ya padecen linfedema. De hecho, también se aconseja prevenir su aparición.
Pero sabemos que decir no es decir: múltiples barreras dificultan que los pacientes hagan ejercicio. En muy poco tiempo, han sufrido muchos cambios físicos: pérdida de masa muscular, pérdida de función, aumento de peso, fatiga, dolor… No saben qué hacer ni cuándo empezar.
El papel de la fisioterapia
En primer lugar debemos recordar que el ejercicio es recomendable siempre que sea individualizado. Y aquí es donde entra en juego la fisioterapia, necesaria para un abordaje terapéutico y personalizado del ejercicio.
Con la ayuda de fisioterapia, la paciente debe empezar a mover el brazo inmediatamente después de la operación. Poco a poco se deben ir incorporando movimientos y actividades a la vida diaria, hasta empezar a ganar peso alrededor de la cuarta o sexta semana después de la cirugía.
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Aunque se espera que permita un período de recuperación y aumente gradualmente el peso, no hay límite en la cantidad que se puede ganar. Cualquier pauta que considere la restricción se basa en el mito que asocia esta actividad con la aparición de linfedema.
Un mito que hay que desterrar
Hacer frente a una enfermedad como el cáncer de mama y sus consecuencias es una experiencia difícil. Además, combinarlo con la falsa creencia de que el paciente ya no podrá realizar las actividades diarias, como cargar a un nieto o ir de compras de forma independiente, sólo conduce al miedo, la fragilidad y la negación de los beneficios que proporciona el ejercicio.
Aunque la ciencia ya nos ha demostrado que el uso de las manos después de la cirugía de cáncer de mama es seguro y beneficioso, este mensaje aún tiene que difundirse para llegar a la sociedad en su conjunto.
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