La ciencia nunca ha sido completamente neutral. Desde la definición de prioridades de investigación, las políticas siempre han marcado el curso del conocimiento.
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En ese contexto, la cuestión de si la ciencia debería ser un significado político perdedor. Lo más atractivo es preguntarnos cómo la política puede ser más científica.
Bajo ataque y amenazas
De la Inquisición en nuestro tiempo, los ataques a la ciencia no son un fenómeno nuevo. Actualmente, cuestiones como el cambio climático, la salud sexual y reproductiva o las vacunas están sujetas a campañas de información errónea y presiones políticas en diferentes países.
La percepción de que la ciencia “neutral” se descompone cuando los gobiernos ideológicos o los movimientos deciden suprimir datos desagradables o investigadores desacreditados. Según un artículo reciente publicado en The Magazine of Science, “la cuestión de si la ciencia debería ser política, porque la ciencia siempre ha sido política y hoy es más que nunca”.
Diplomacia científica en tiempos de crisis
La diplomacia científica (que es el uso de la ciencia como un puente en las relaciones internacionales) se originó como una estrategia optimista para tratar problemas globales. Sin embargo, el informe de la Royal Society y la Asociación Americana para la Ciencia del Progreso (AAAS) reconoce que este optimismo ha dado el realismo: la ciencia misma no puede resolver conflictos armados, pandemia o crisis climática.
El informe enfatiza que la relación entre la ciencia y la política es bidireccional. Esto refleja la realidad incómoda: la producción de conocimiento está diseñada por intereses geopolíticos, desigualdades estructurales y presiones económicas. Ignore este hecho de compensación de asimetría, especialmente entre el norte y el sur global.
Dilema de neutralidad
Un caso reciente, por ejemplo: una audiencia interna en la Royal Society de la Sociedad del Reino Unido, si debería sancionar a Elona Musk a través del comportamiento que, según varios científicos, dañan la credibilidad de la institución. Algunos declararon que expulsaría un gesto político y poner en riesgo la supuesta neutralidad de la academia; Otros insistieron en que este no era un acto para socavar su misión de ciencia de defensa.
Este dilema ilustra un punto clave: cuando las instituciones científicas deciden no intervenir, también toman una posición política. La inactividad puede interpretarse como complicidad o indiferencia a los ataques de evidencia.
Problema de responsabilidad social
El pensador chileno Humberto Maturana afirmó que la ciencia no podía separarse de la sociedad, porque siempre está impregnada de valores, visiones mundiales y consecuencias prácticas. La pandemia mostró que la forma en que comunicamos la ciencia es tan importante como los datos en sí. Como señala la académica Jane Gregory, no es suficiente que los científicos “politicen” solo en tiempos de crisis. La participación debe ser constantemente anticipada y basada en una comunicación clara y empática. De lo contrario, corremos el riesgo de la ciencia para convertirnos en un recurso reactivo, en lugar de herramientas para tomar una decisión informada.
¿Qué significa ser político sin perder legitimidad?
No es que los científicos se conviertan en militantes partidistas. En cambio, debemos reconocer que todas las investigaciones se desarrollan en la red de interés y que tenemos la responsabilidad de defender la evidencia contra las manipulaciones.
Esto implica una participación activa en la audiencia pública, explicando los hallazgos con un idioma asequible. También es importante ser parte de los espacios de decisiones políticas para garantizar que las políticas públicas estén orientadas. Del mismo modo, necesitamos construir puentes con la sociedad, entendiendo que la confianza ha ganado transparencia y responsabilidad.
La ciencia debe hablar por sí misma por sí misma, pero esto no es suficiente para producirlo: debe traducirse, contextualizarlo y transferirlo para que los líderes políticos puedan traer decisiones racionales y justas.
En resumen, en lugar de reclamar neutralidad de la ciencia, lo que necesitamos es que la política adopte un enfoque más científico. Esto significa evaluar las políticas que insertaron datos, midiendo sus influencias, corrigiendo los errores y el reconocimiento de la incertidumbre.
La historia muestra que los países que integran sistemáticamente la ciencia en la política son aquellos que se enfrentan mejor a las crisis de salud, climática y social. Y también, que la marginación de la ciencia en la toma de decisiones hace consecuencias costosas: desde respuestas ineficientes hasta pandemias hasta profundizar las desigualdades globales.
Invitación a la acción
La relación entre la ciencia y la política no es simple o lineal, sino inevitable. En el mundo de las crisis económicas, las guerras, las pandemias, la contaminación química y los cambios climáticos, los científicos no pueden estar en silencio o de lado. La verdadera pregunta es qué tipo de política queremos construir con la ciencia como aliados.
Los datos pueden iluminar el camino, pero solo si aquellos que los crean asuman su papel social con coraje y consagración. Finalmente, la política será más eficiente y la ciencia será más relevante cuando reconocen que su destino está entrelazado.
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