Una joven publica un video entre lágrimas en TikTok, sin dar muchos detalles. Alguien en Instagram comparte un texto largo sobre una ruptura o crisis personal. Influencer habla en vivo de su diagnóstico de salud mental. Son escenas repetidas, con distintos rostros y matices, pero con una misma dinámica básica: la exhibición pública del sufrimiento personal, con la intención de recibir consuelo, apoyo o validación. Este comportamiento se conoce como pesca triste.
¿Qué es la pesca triste?
El término sadfishing fue acuñado por la escritora Rebecca Reid en un artículo publicado en 2019, donde analizaba publicaciones emotivas en las redes sociales que parecían buscar apoyo masivo. El neologismo, que transforma el término “catfishing” cambiando “gato” por “triste”, hace referencia a la idea de utilizar la tristeza como cebo para atraer la atención emocional.
No se trata sólo de expresar emociones en las redes, se trata de algo completamente válido y humano. Sadfishing indica un uso más estratégico o exagerado del sufrimiento, que genera una respuesta del entorno digital: me gusta y comentarios de apoyo, interacciones que refuerzan el comportamiento.
La necesidad de ver (y confirmar)
Psicológicamente es posible entender la pesca como una forma de buscar la validación social. En entornos donde la autoestima se construye (al menos en parte) a través de las reacciones de los demás, mostrar vulnerabilidad puede ser una estrategia para sentirse visto, amado o comprendido, una forma de buscar apoyo emocional y reconocimiento afectivo.
Esta necesidad está ligada al concepto de “apoyo emocional” o “apoyo inclusivo”: la capacidad del entorno (en este caso, digital) de acoger la expresión emocional sin juzgar y con empatía. Por tanto, la pertenencia no surge sólo de la conexión, sino del reconocimiento de la vulnerabilidad compartida.
Algunas investigaciones también sugieren que este uso emocional de las redes sociales está asociado con una necesidad de regulación emocional y estilos de apego más ansiosos. Esto sugiere que la relación entre las emociones y las plataformas digitales es profunda y merece atención clínica y educativa.
También hay un componente cultural. En la era digital, muchas personas han crecido narrando sus vidas online. Compartir emociones, incluso las dolorosas, se convierte en una extensión de esa narrativa. Los límites entre lo público y lo privado, entre lo auténtico y lo performativo se están volviendo borrosos.
¿Autenticidad o estrategia emocional?
Sadfishing plantea preguntas complejas sobre la autenticidad. Algunos casos pueden parecer manipuladores o exagerados, pero es difícil juzgar las intenciones en un entorno como el digital. Lo que puede parecer una dramatización para el espectador, puede ser una forma real para que la persona que publica sus mensajes procese sus emociones.
Desde un punto de vista psicológico, vale la pena mirar el contexto y la frecuencia. Si alguien recurre constantemente a publicar contenido triste para generar reacciones, podría estar cayendo en un patrón poco saludable de regulación emocional. En cambio, si se trata de una expresión puntual en un momento difícil, podría considerarse un medio válido de catarsis.
Riesgos psicológicos
Aunque compartir emociones puede resultar liberador, la pesca también conlleva riesgos. Uno de ellos es la exposición emocional vulnerable en contextos no empáticos. Internet no siempre responde con cuidado. Aquellos que comparten su malestar pueden ser ridiculizados, desconfiados o incluso acosados.
Otro riesgo es la dependencia de la reacción externa. Cuando el alivio emocional depende únicamente de una respuesta digital, la capacidad de autogestión emocional se debilita. Esto puede reforzar un ciclo en el que la persona necesita publicar para desahogarse, creando una especie de “recompensa ocasional” similar a la de otras formas de adicción.
Este mecanismo también está presente en el uso compulsivo de las redes sociales. Varios estudios de neurociencia han demostrado que estas plataformas activan los mismos circuitos de recompensa que otras adicciones conductuales, particularmente a través de refuerzo social ocasional (como “me gusta” y comentarios). Esta investigación explica que este tipo de feedback impredecible mejora el comportamiento repetitivo y difícil de controlar.
Además, la pesca puede trivializar problemas graves de salud mental. Cuando todo se vuelve complaciente, existe el peligro de que el sufrimiento quede reducido a una narrativa estética o a una marca personal. Algunos expertos advierten de los riesgos de “hipervisibilidad emocional” entre los adolescentes en plataformas como Instagram y TikTok.
Cultura emocional hiperconectada
Vivimos en una cultura donde la emocionalidad se ha vuelto visible, compartible y, a menudo, monetizada. La pesca triste se ve como un síntoma de esta transformación. No es un fenómeno patológico en sí mismo, pero refleja cómo las plataformas han cambiado la forma en que conectamos con nuestras emociones y con los demás.
La clave es promover una alfabetización emocional que nos permita distinguir entre expresión saludable y adicción digital. Y también en promover espacios (online y offline) donde mostrar vulnerabilidad no sea una estrategia desesperada, sino una posibilidad segura y limitada.
Sadfishing nos recuerda que detrás de la pantalla hay personas que buscan alivio, conexión o simplemente ser escuchadas. Como sociedad digital, debemos dejar de juzgar rápidamente las formas en que otros expresan su malestar y, en cambio, abrir conversaciones empáticas sobre cómo brindar apoyo emocional en estos tiempos hiperconectados.
A veces llorar en un vídeo no es sólo una estrategia: es una pregunta lanzada al vacío, esperando ser respondida.
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