Tenga cuidado con la trampa de detección de perros: estos se usan mensajes codificados en política

Periodista ANASTACIO ALEGRIA
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Actualmente, la retórica política se desarrolló según el uso más sofisticado y sutil del lenguaje. Entre las herramientas más poderosas y más discretas de esta nueva forma de comunicación política está el perro o el “silbido para los perros”.

Esta expresión describe los sonidos de sonido solo para ciertos animales, se adapta para referirse a mensajes políticos que, aunque disfrazados por una apariencia inofensiva o neutral, contienen significados ocultos que solo son reconocibles para parte de ciertos contextos o ideologías.

La capacidad de estos mensajes para influir en la opinión pública sin crear controversia abierta transforma la forma en que los políticos también actúan y hablan de reputación social.

Términos como “valores familiares”, por ejemplo, pueden parecer inofensivos para la mayoría de las personas, pero ciertos grupos pueden interpretarlos como una posición contra el matrimonio entre personas del mismo sexo. De esta manera, los políticos logran transmitir el mensaje, a menudo discriminando, sin plantear dudas ni rechazo. Por lo tanto, si es físico, el político puede negar cualquier acusación de valores antidemocráticos, afirmando que sus palabras no tenían tal significado.

El impacto social de este idioma

El uso de perros, lejos de la influencia solo en la política, tiene profundas implicaciones para la cohesión social y la democracia. Al usar este tipo de lenguaje, los políticos explotan los prejuicios latentes dentro de la sociedad, activan el sesgo implícito en ciertos grupos de recepción pública sin la necesidad de cortar discursos discriminatorios abiertos.

Esta estrategia, aunque efectiva, contribuye a la atomización de la información. Refleja cómo el discurso político fragmentado contribuye a la construcción de la opinión pública basada en la información errónea, lo que, por lo tanto, evita la creación de una comprensión común de los problemas políticos, necesarios para una discusión democrática saludable.

Lejos de la promoción del diálogo inclusivo, los dogls mejoran las divisiones sociales, confirman las creencias exclusivas y la profundización de las desigualdades existentes.

Poder y manipulación de la retórica

La retórica policilla, por naturaleza, busca convencer, influencias y, al final, poder de consolidación. Los políticos necesitan apoyo a sus votantes para legitimar su término, y las palabras juegan un papel clave en este proceso. Sin embargo, no siempre es posible directamente directamente en ciertas preguntas confidenciales. En lugar de arriesgarse a enojar a ciertos sectores de votación, los políticos recurren a estrategias como los perros, lo que les permite comunicarse ambiguamente y estratégicamente.

El uso de estos mensajes codificados puede verse como una forma de manipulación, porque permite a los políticos recibir apoyo sin exposición abierta a sus posiciones elegibles. Esto representa la transparencia de los procesos democráticos en riesgo, además de manipular las emociones y creencias de ciertos sectores de la población, explotando su sesgo para obtener una ventaja política.

Aunque algunos se argumenta que la forma de un discurso de odio es en secreto, no siempre es: en ciertos casos es el objetivo principal de una posición en términos de ideología o conjunto de ciertos valores, al tiempo que evita el rechazo de otra parte del cuerpo de votación .

Satermelona emoticona

El reciente ejemplo de los perros no está directamente relacionado con la discusión de odio es el uso de emoji de sandía como un símbolo de solidaridad con la causa palestina. Los colores de este símbolo evocan esas banderas palestinas, llevando un mensaje político sin censurar en plataformas que podrían prohibir los símbolos explícitos.

Ideologías de estandarización a través del lenguaje

El aspecto preocupante de los perros es su capacidad para normalizar ideologías extremas, ya que facilita la introducción de ideas antidemocráticas sin lidiar con el rechazo actual. Esto se convierte en un ciclo de identificación mutua: los políticos confirman la creencia de ciertos grupos, reciben su apoyo y fortalecen su posición, por lo tanto, las actitudes legitimadas en la sociedad.

A la larga, este ciclo proporciona dicho inicial, sutil y marginal que se convierta en posiciones explícitas. Por lo tanto, los perros, al manipular el lenguaje, contribuyen a la polarización y permiten la creencia de un consenso social rechazado para ganar el país.

El uso de perros en política aumenta serias amenazas a la calidad de un debate democrático. Ocultar divisiones de intenciones detrás de mensajes obviamente neutrales, los políticos socavan el verdadero debate público e interfieren con la transparencia.

La manipulación del lenguaje de esta manera también dificulta la responsabilidad, porque los políticos pueden negar fácilmente las implicaciones de sus palabras cuando son conflictivas.

En una democracia saludable, es esencial que las audiencias políticas sean claras y abiertas, lo que permite a los votantes traer decisiones informadas. Sin embargo, cuando el lenguaje se usa para confundir y dividir, es difícil crear un consenso colectivo sobre los problemas más profundos de la sociedad.


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