¿Tiene base científica la renuncia del Valle de los Caídos?

REDACCION USA TODAY ESPAÑOL
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El 11 de noviembre se hizo público el resultado del concurso de proyectos convocado el pasado mes de abril por el Ministerio de Vivienda y Urbanismo español para la “dimisión” del Valle de los Caídos, el antiguo mausoleo de Francisco Franco y José Antonio Prima de Rivera, que también alberga los cadáveres de otras 33.000 personas secuestradas durante la dictadura hasta 1988.

La ganadora fue la propuesta “Base y Cruz”, del estudio Pereda Pérez Arquitectos y Lignum SL, que recibirá 4 millones de euros como compensación por la ejecución de la intervención, que costará otros 26 millones de euros.

Detalle del proyecto ‘Cimentación y Cruz’ del Valle de los Caídos.

Por ello, se plantea una “gran grieta” que, según el secretario general de la Agenda Urbana, Ignacio Carnisser, transformará el valle y afrontará la “monumentalidad del complejo existente”. Se eliminará la escalera vertical que da acceso a la basílica y en su lugar se construirá una nueva arcada en la base del templo. El Gobierno afirma que con ello se dará “más atención a la naturaleza”, además de “llamar al diálogo y a una visión más plural, democrática, donde se incluyan muchas perspectivas”.

Las políticas públicas suelen estar respaldadas por evidencia científica, ya sea para planificar un nuevo viaducto o para la próxima campaña de vacunación contra la gripe. Sin embargo, esta decisión parece basarse más en creencias que en datos empíricos.

Políticas públicas y creencias.

La socióloga Sarah Gensburger y la politóloga Sandrine Lefran, ambas investigadoras del Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences Po), señalaron en su trabajo que la política de la memoria sigue siendo política.

Lo que entendemos como política de la memoria son principalmente estrategias que buscan socavar la legitimidad de regímenes anteriores y pretenden disuadir a quienes apoyan sus ideas. Se basan en la creencia de que conocer la violencia y las tragedias del pasado nos permitirá construir sociedades pacíficas y tolerantes en el presente, evitando así que conflictos similares vuelvan a ocurrir.

Sin embargo, estas evocaciones de carácter pedagógico y conciliador, basadas en la hipótesis de que “el que olvida, repite”, utilizan un argumento político que no es evidencia psicológica. De hecho, los estudios de las últimas décadas han demostrado lo contrario.

Gensburger y Lefranc trabajaron en el caso francés y descubrieron que la proliferación de la política de la memoria iba paralela al ascenso de los votantes de extrema derecha. Citan ejemplos anteriores que encontraron que las actividades pedagógicas en lugares como Auschwitz-Birkenau, en lugar de promover el diálogo, provocaron ideas chauvinistas y aislamiento, especialmente en el caso de los jóvenes israelíes. O en Bélgica, donde algunos programas educativos sobre la Primera Guerra Mundial generaron un deseo de venganza, no de pacifismo.

El discurso autorizado del patrimonio

Al mismo tiempo que las decisiones sobre la nueva designación del Valle se basan en creencias más que en hechos científicos, también están mediadas por lo que se puede llamar ideología patrimonial.

La historiadora francesa Françoise Chois, especialista en urbanismo y arquitectura, señaló que la invención del monumento histórico se basa en una confusión oportuna que genera tanto construcciones conmemorativas como restos antiguos que son designados como monumentos, aunque sean figuras opuestas.

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Esto tiene que ver con que el origen de los monumentos modernos en Italia es del siglo XV. En aquella época, los símbolos de la Roma imperial eran vistos como un medio para legitimar el dominio económico y político de la élite económica, militar y religiosa.

Estas ideas se difundieron durante la construcción del Estado-nación con lo que el historiador Eric Hobsbawm llamó “tradiciones inventadas”. Este es el nombre que se da a los artefactos y prácticas que se presentan o se perciben como históricos, pero que son más recientes y se “disfrazan” deliberadamente como antiguos para parecer legítimos (como el propio Valle de los Caídos con su arquitectura historicista de los años cincuenta).

Además, fueron adoptados en marcos jurídicos y protocolos internacionales como la Carta de Atenas (1931), la Carta de Venecia (1964), las Convenciones de La Haya (1954) y las cartas de ICOMOS y UNESCO.

Todos ellos apoyaron a Alojz Riegl, un historiador del arte al servicio de Austria-Hungría. Riggle teorizó “hechos” y “valores objetivos” mediante los cuales se determina que un monumento es un “documento original” que debe preservarse. Definirlo como “antiguo”, “conmemorativo” o “histórico” oscurece la agenda política detrás de la decisión de preservarlo.

La investigadora australiana Laurajane Smith advierte, sin embargo, que la forma dominante y legítima de pensar, escribir y hablar sobre las prácticas de gestión del patrimonio es sólo una: el llamado “discurso autoritativo”. Esto impide un verdadero debate que conduzca a cambios en las prácticas de gestión y planificación: se puede discutir el cambio de nombre de los monumentos, pero no el derecho mismo a existir.

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En este sentido, vemos que no se habló de la existencia del Valle de los Caídos. Al contrario, se han añadido más capas de valor. Alfredo González-Ruibal, arqueólogo español, confirma que con esta decisión incluso el monumento es tratado con más “delicado” que otro patrimonio de mayor valor. “No tiene ganas de hablar en el Valle de los Caídos”, porque “El Valle es una dictadura. No hay ambigüedades ni matices. Es un monólogo en el que no hay lugar para el diálogo”. En este sentido, lo que la resignación muestra es una continuidad en el culto a los monumentos, pero con una nueva capa de aparente “dialogismo”.

La trampa de la renuncia

Monumentos como el dedicado a los “judíos asesinados de Europa” en Berlín, el Museo Sitio de Memoria ESMA de Buenos Aires o el contramonumento “Fragmentos” del Museo Nacional de Colombia comparten ese compromiso de convertir las memorias negativas en espacios de diálogo y confrontación con el pasado. Al hacerlo, asumen que estos monumentos en sí mismos tienen una cualidad dialógica, una creencia atribuida a artefactos que acumulan una larga historia cultural.

Monumento a la memoria de los judíos asesinados en Europa en Berlín. Marek Mroz/Archivo Wikimedia, CC BI

Esta idea no sólo reproduce una relación imaginaria con lo que denominamos “monumento”, sino que además, como muestra mi trabajo con José María Durán Medrano, ignora que no todas las personas tienen el mismo derecho al espacio público ni a ocuparlo de la misma manera. El espacio viene con algunas condiciones materiales previas.

Las del Valle de los Caídos, por ejemplo, son las de una dictadura que impuso el desempoderamiento y la explotación de millones de personas. Estas personas no dialogarán con la estructura de estos rasgos porque su memoria – mayoritariamente oral e incierta – no tiene dimensiones materiales comparables a las del Valle para desafiar la historia. Por tanto, pensar que un monumento construido por el franquismo pueda tener un uso “dialógico” es una ilusión que trasciende cualquier base empírica.

Sólo hay que mirar la insatisfacción comparativa que surge cuando se ve cómo la memoria de las mujeres que sobrevivieron a la represión se basa en la inseguridad. Durante décadas, tuvieron que evadir a los agentes estatales para dejar ofrendas florales secretas en fosas comunes donde eran abandonados los cadáveres de sus compañeros, hijos, maridos, padres. Sólo la financiación proveniente de la familia, el barrio, la autoorganización militante o la suscripción permitieron que estos lugares tuvieran modestos jardines, placas y monolitos que cambiaron su significado.

De hecho, esta incertidumbre continúa. Así lo demuestran experiencias como la vivida en Valencia, donde el memorial solicitado por la Plataforma de la Asociación de Familiares del Franquismo Víctimas de las Fosas Comunes de Paterna para albergar los restos exhumados en una de las fosas más grandes del país sigue inacabado por falta de fondos.


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