Los regímenes de Venezuela, Nicaragua y Cuba han sobrevivido a todo tipo de sanciones, crisis económicas y presiones sociales a lo largo de la historia. Aunque cada uno tiene su propia dinámica, están interconectados por alianzas políticas, económicas y de seguridad que fortalecen su resistencia. La pregunta es si este modelo está colapsando o está encontrando nuevas formas de sobrevivir.
Estos países, dominados por el desorden institucional, son calificados como territorios sin democracia ni libertades civiles. En el Índice de Democracia 2024, de la Economist Intelligence Unit (EIU), se los clasifica como regímenes autoritarios, en los niveles más bajos del ranking global.
El Índice de Estado de Derecho señala que Cuba sigue asfixiada por un partido único, sin pluralismo político, y que Nicaragua se caracteriza por la justicia partidista, la persecución de la oposición y la concentración del poder en el Ejecutivo.
Juntos, estos regímenes encarnan violaciones sistemáticas de los derechos humanos, la ausencia de garantías democráticas y el Estado de derecho reducido a ruinas. Cuando se entrelazan, proyectan una advertencia a la región sobre el declive del ideal democrático.
Decadencia de la liga autoritaria
Durante años, Venezuela apoyó a Cuba y Nicaragua con petróleo subsidiado y acuerdos de cooperación que mitigaron el colapso de sistemas insostenibles. Cuba ha sido un apoyo estratégico al poder venezolano, controlando la seguridad y la inteligencia, un esfuerzo ahora concentrado en mantener la esclavitud sobre su propio pueblo, a un paso de la rebelión.
Nicaragua sirvió como aliado y palanca internacional, mientras que el sandinismo simuló su naturaleza de régimen canalla. Esta interdependencia ha tejido un bloque que reproduce el mismo patrón: represión de la disidencia, manipulación electoral, prohibición de la prensa y de los medios de comunicación libres.
Por otro lado, los indicadores del Anuario Estadístico de América Latina y el Caribe 2024 de la CEPAL revelan una vulnerabilidad económica sin precedentes. El final de 2025 marca la mayor debilidad colectiva de las últimas dos décadas: Cuba pronostica una caída del PIB del -1,5% en 2025 y un crecimiento insignificante del 0,1% en 2026, seguido de una crisis energética y un colapso del turismo.
En Venezuela hay una inflación masiva y el malestar de las personas privadas de servicios básicos, que sobreviven con pensiones y salarios de menos de un dólar al mes.
Entre apoyos dudosos y enfrentamiento directo
Rusia y China fueron los pilares externos del autoritarismo latinoamericano, aunque con enfoques diferentes. Moscú ofrece apoyo militar y diplomático, actualmente limitado por las sanciones y el desgaste económico de la guerra en Ucrania. Beijing favorece el apoyo pragmático a través de inversiones estratégicas que permitan la conquista de recursos y mercados.
Estados Unidos, por su parte, expresa su oposición al masivo despliegue militar y operaciones de seguridad en el Caribe, bajo la bandera de la lucha contra el narcotráfico. En Nicaragua impone sanciones a sus funcionarios y aumenta el número de denuncias por violaciones de derechos humanos.
El empobrecimiento extremo del pueblo cubano hace insostenible la narrativa que justifica el fracaso comunista como consecuencia del embargo impuesto desde 1962.
Disparador regional
En Venezuela, la crisis humanitaria, el colapso económico y la migración masiva hacen que la situación sea insostenible. El conflicto trasciende las fronteras nacionales y se proyecta a nivel global.
En este contexto, está claro que Estados Unidos no depende del petróleo venezolano para sostener su economía ni su seguridad energética: con una producción cercana a los 13,6 millones de barriles diarios en 2025, sigue siendo uno de los mayores productores del mundo. Por el contrario, Venezuela apenas produce entre 956.000 y 1.132.000 barriles por día, una caída dramática con respecto a los más de 3 millones que producía en los años 1990.
La infraestructura petrolera de Venezuela está devastada: las refinerías en quiebra y la capacidad de extracción reducida hacen de la industria un símbolo de decadencia más que un activo estratégico. Por tanto, las acciones de Estados Unidos no pueden explicarse como una disputa por el control del petróleo venezolano.
Escenarios bajo una lógica diferente
Ha quedado al descubierto el interés del presidente estadounidense, Donald Trump, por activar la monitoreada crisis internacional, la narrativa de seguridad nacional que se proyecta internamente y sirve de justificación a medidas de dudosa constitucionalidad.
Las elecciones al Congreso se celebrarán el 3 de noviembre de 2026, con 435 escaños en la Cámara, 35 en el Senado y 36 gobernaciones en juego, un potencial desequilibrio político que Trump quiere bloquear. A partir del giro autoritario de esa administración y el cambio de política exterior que no tiene retroceso, surgen varias posibilidades:
Colapso inmediato: el desconocimiento de los resultados electorales cerró el camino de la negociación. La juramentación de Nicolás Maduro el 10 de enero abrió un proceso de quiebra que podría haber sido contenido por una transición política. La presión norteamericana, a través de ataques selectivos a la infraestructura del narcotráfico, podría acelerar el colapso del régimen, cuya primera fase estará marcada por la anarquía y la violencia. Entonces se instalaría un gobierno amparado en la legitimidad de las elecciones presidenciales celebradas el 28 de julio de 2024.
Transición militar-constitutiva: la falta de credibilidad de los negociadores dificulta llegar a un acuerdo. Nicaragua y Cuba enfrentarían presiones internas similares. En un momento constitutivo, los factores militares podrían tomar el control y, con apoyo externo, dirigir la fuerza constitutiva hacia la renovación democrática.
Continuidad autoritaria: la ausencia de un consenso de factores políticos y la eventual neutralización de Estados Unidos permitirían la supervivencia del autoritarismo. Se consolidarían las alianzas regionales y se intensificaría la represión interna para mantener el poder. Un panorama increíble considerando el interés de la administración Trump en justificar su dinámica con la crisis caribeña.
Transición incierta, costo cierto
La definición depende de una combinación de factores. La interconexión de Venezuela, Nicaragua y Cuba convierte cualquier ruptura en un fenómeno regional. El papel de Estados Unidos, Rusia y China es decisivo: sin un acuerdo entre ellos, la transición será muy conflictiva.
Es cierto que la crisis actual no está relacionada con la seguridad energética, sino que está determinada por la política interna estadounidense y la estrategia de Trump. Lo que encuentro inexorable es que el precio de esta guerra de autoritarismo lo seguirá pagando, en última instancia, el pueblo venezolano.
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