La rebelión narrativa de Manuel Puig en ‘El beso de la mujer araña’

REDACCION USA TODAY ESPAÑOL
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Una nueva adaptación cinematográfica de la cuarta novela del escritor argentino Manuel Puig: El beso de la mujer araña (1976) se ha estrenado en Estados Unidos y algunos países de América Latina. Traducido a más de veinte idiomas, ha provocado múltiples interpretaciones y revisiones artísticas.

Apenas tres años después de su publicación, el director teatral italiano Marco Matolini la llevó a los escenarios de su país, y al año siguiente se representó una versión española, adaptada por el propio Puig y dirigida por José Luis García Sánchez. Pero, sobre todo, el impacto de la propuesta de Matolini -que fue aplaudida ardientemente por crítica y espectadores- estimuló el interés por esta novela en el cine.

La primera (y hasta hace unos meses, única) película inspirada en El beso de la mujer araña, dirigida por Héctor Babenko, llegó a los cines en 1985, nueve años después de que apareciera el formato narrativo original. A estas lecturas siguió un musical (que inspiró la última película), que se estrenó en 1992 en el West End de Londres y en 1993 en Broadway, además de otras versiones independientes.

Un rompedor en forma y profundidad.

Esta afluencia de enfoques sobre la novela se debe al hecho de que fue considerada revolucionaria en el momento de su publicación. Y su preparación formal ya es revolucionaria.

El beso de la Mujer Araña está concebida casi en su totalidad a través de diálogos directos entre los protagonistas de la obra: Luis Alberto Molina (un homosexual de 36 años condenado por corrupción de menores) y Valentín Aregi (un preso político de 26 años que cumple condena por su grupo marxista). Ambos personajes hablan de matar el tiempo en la celda que comparten en una cárcel de Buenos Aires en 1975.

La década de 1970 en Argentina estuvo marcada por intensos cambios políticos, ya que a mediados de la década se estableció una dictadura militar en el país. El hecho de que los protagonistas fueran homosexuales y marxistas convencidos no podía dejar de provocar, como ya ocurrió con la anterior novela de Puig, El caso Buenos Aires, la ira de los censores. Particularmente sancionadas fueron las declaraciones de Molina, quien no sólo abrazó su mayor sensibilidad y atracción por otros hombres, sino que tampoco ocultó su identidad femenina.

En apoyo del personaje, Puig incluyó nueve notas a pie de página, como si la novela tratara en algunos lugares de un ensayo. Estas notas, que pueden leerse o ignorarse sin afectar la acción, son paráfrasis de discursos psicológicos reales que especulan sobre los posibles orígenes de la homosexualidad. La localización de estos datos no era inocente, como afirmó el autor en varias entrevistas:

“Pensé en filtrar ese material científico en un texto de ficción, pero vi que era imposible. Entonces pensé que toda esa información nos estaba ocultada a la fuerza (…). Entonces introduje todo ese material tal como nos estaba ocultado a la fuerza”.

En la última nota, tras la máscara del ficticio Dr. A. Taube, se esconde la voz de Manuel Puig. Se trataba de un intento, según varios investigadores de la obra, ya sea de educar al lector desinformado sobre la homosexualidad, o de deslegitimar a quienes, como en el caso de ciertos sectores políticos argentinos de la época, expresaban opiniones negativas preconcebidas al respecto. Gracias a estas notas, pero especialmente a la última, el lector puede conocer el punto de vista del autor.

Una imagen de algunas páginas de El beso de la Mujer Araña donde podéis ver las extensas notas a pie de página. LMC

Es la ignorancia la que hace aparecer la primera nota, justo después de que Valentín le confiesa a su compañero de celda: “Sé muy poco de personas como tú. El diálogo a tres bandas entre Valentín, Molina y las notas desaparece cuando hay un acercamiento real entre los dos personajes. A partir de entonces, ya no son necesarios”.

La magia del séptimo arte

Para que los protagonistas entablaran una relación honesta, Puig necesitaba un canal que los uniera, ya que eran demasiado diferentes entre sí. Este canal no era otro que el cine.

Un cartel de película clásica con una mujer caminando.

Póster de la versión cinematográfica de 1985 de El beso de la mujer araña FilmAffinity

A las ocho de la tarde se apagan las luces del penal y oscurece. Gran cinéfilo como Molina, empieza, como todos los días, a contarle a Valentín la película. Son estas narrativas las que hacen emerger los temas más importantes de la obra. Molina habla de su madre, quien lo ama incondicionalmente a pesar de ser “amoral”, según su informe policial; y el camarero del que está enamorado, así como su creencia en la posición inferior de las mujeres respecto a los hombres. Valentine exterioriza el sufrimiento que le provoca aceptar el desapego emocional que exige la lucha política, así como su anhelo por una mujer que no es su novia y que, además, es de clase alta. También aborda temas como la represión sexual, la tortura policial y las misiones que realizó con su grupo marxista. Pero, sobre todo, interroga a Molina, quien intenta inculcarle que ni las mujeres ni los homosexuales deben “dejarse tirar”.

Y ambos discuten temas tan controvertidos como la política (Molina cree, por ejemplo, que “todos los políticos son iguales”, mientras que Valentín afirma que “los maquis eran los verdaderos héroes”), la religión (Valentin lo niega, pero en definitiva quiere que Dios exista), el sexo (heterosexuales y transexuales, homosexuales, por eso los obliga a evolucionar), etc. juntos. En palabras de un preso político: “Sí, nuestros opresores están fuera de la celda, pero no dentro. Aquí nadie oprime a nadie”.

Este espacio, que es símbolo de falta de libertad, se proyecta sobre los personajes: no sólo están cerrados físicamente, sino también internamente. En este rincón de la prisión inhumana de la que no pueden salir, por primera vez se sienten verdaderamente libres. Los veintidós días que pasaron les dieron a cada uno, de forma diferente, un sentimiento cercano a la felicidad. La violencia real y simbólica que castigó a Valentino y Molina (y, por extensión, a la sociedad) por no seguir el orden establecido, que los contuvo dentro y fuera de los muros de la prisión, no puede destruir la dignidad que les atribuyó Manuel Puig. Al final ganan.

Una novela como ésta, que rompe esquemas, provoca discursos inflexibles y nos sacude el alma con igual dulzura y dolor, ¿cómo no revisitarla?


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